La unidad Doctrina del Apóstol y de Fidel

Guantánamo. Hace pocas horas asumió oficialmente su mandato el Presidente número 45 de Estados Unidos, Donald Trump. Su discurso durante la campaña presidencial apunta a la segregación en esa nación, abanico de etnias, culturas, incluso políticas e ideologías diversas y al realce del egoísmo como modo de vida.

Entonces leo notas del considerado por el Comandante en Jefe Fidel, como el Apóstol de la independencia nacional: José Martí. Decía el Maestro el 16 de abril de 1893, en el periódico Patria, editado en New York: “…un voto descuidado es un derecho perdido, y la indiferencia en el sufragio, la antesala del déspota”.

Cada vez que se mueve algo en Cuba y en el mundo, vayamos a beber del legado martiano, pues es savia inagotable.

Este 28 de enero será el primer aniversario de su natalicio sin la presencia física de su discípulo más leal, el Comandante en Jefe, quien al frente de la generación del centenario no lo dejara morir en 1953, con el asalto a la gloria en los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, para enfrentar a la tiranía que oprimía al pueblo.

Hoy en cada acción, gesto, palabra que recuerden a Martí y a Fidel tiene que estar presente más que nunca el llamado a unidad, amor y fraternidad que congrega a los cubanos.

En el Partido Revolucionario Cubano, calificado por Juan Marinello como “creación ejemplar de José Martí”, reconoció Fidel Castro, guía de la Revolución Cubana, “el precedente más honroso y más legítimo del Partido” que la dirige. Tal fue la altura de la organización fundada en 1892 por Martí, entre compatriotas y puertorriqueños emigrados, para librar a Cuba de España y del “sistema de colonización” que se gestaba en los Estados Unidos, y contribuir a la independencia de Puerto Rico.

Con su radicalidad en pensamiento y en actos Martí fraguó lo que Julio Antonio Mella, en sus Glosas acerca del Maestro, caracterizó como “el misterio del programa ultrademocrático del Partido Revolucionario”.

En su ensayo Nuestra América, pensando Martí en las hornadas latinoamericanas de su tiempo, no en una generación entendida estrechamente, afirmó: “Crear es la palabra de pase de esta generación”.

El Apóstol encarnó la actitud que él alababa en los talentos fundadores: pensar y buscar por sí mismos las respuestas requeridas para enfrentar los problemas y solucionarlos. Por ser destacadamente uno de ellos, estructuró el proyecto revolucionario más avanzado en su entorno histórico y político.

Ese proyecto creció centrado en el conflicto colonia-metrópoli y para un continente donde emergía la que no tardó en ser la mayor potencia imperialista. La claridad con que Martí asumió su responsabilidad al frente del movimiento necesario en ese entorno, es dignidad viva, pues fundó un partido para un proyecto de liberación nacional que tuvo en los humildes su mayor sostén.

Pero fue un frente de unidad nacional, pluriclasista. Su fuerza radicó, mientras vivió el Maestro, en merecer los términos con que él lo definió: “El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano”.

Hoy esa aspiración sigue convocando también al que en 1965 se constituyó como Partido Comunista, nombre que a su propia dignidad une el valor de la permanencia.

El partido que dirige la Revolución tiene también una responsabilidad que tuvo el creado por Martí, quien ya en noviembre de 1891 fue consciente de un hecho: la aspiración de crear una república con todos y para el bien de todos no autorizaba a desconocer la existencia de fuerzas, sectores sociales e individuos que se autoexcluían de la totalidad representada en el programa revolucionario. En su discurso el Apóstol denunció a los que, egoístamente anclados en sus propios intereses, no abrazaban el plan patriótico.

En Martí se debe apreciar la voluntad de que los patriotas revolucionarios se unieran resueltamente en una sola organización política. Solo así su fuerza y sus sacrificios podrían dar los frutos esperados.

Tras su lucha fuera del país, Martí vivió en una Cuba donde había otros partidos: el Liberal Autonomista, el Unión Constitucional, antinacionales ambos por plegarse a intereses foráneos. Previó incluso el posible surgimiento de un partido anexionista, contra el cual tempranamente pensó que urgía organizar en un partido a las fuerzas revolucionarias, y que de hecho existía como tendencia, machihembrada, en la práctica, con el autonomismo y el integrismo colonialista. Herencia, secuelas, dejaría. En la guerra sería necesario defender tenazmente el programa libertador.

Su prédica no cuajó en líneas aplicadas desde el poder, sino en principios e ideales válidos para la lucha revolucionaria. Consecuente con la idea de que “un pueblo no es la voluntad de un hombre solo, por pura que ella sea”, sostuvo a propósito de la entrada del Partido Revolucionario Cubano en su tercer año de vida: “A su pueblo se ha de ajustar todo partido público, y no es la política más, o no ha de ser, que el arte de guiar, con sacrificio propio, los factores diversos u opuestos de un país”.

El “sacrificio propio” apunta claramente al que él mismo hacía para mantener, sin faltar a la ética, la armonía necesaria entre el deber de guiar a sus seguidores potenciales hacia logros lo más altos posible, y el también deber de cultivar la mayor unidad alcanzable entre ellos.

El Apóstol sabía que la unidad era indispensable para alcanzar una victoria que valiese de veras la pena, y, si en España y en repúblicas de nuestra América denunció manquedades del liberalismo al uso, en los Estados Unidos lo hizo de modo macizo y especialmente abarcador: repudió la inutilidad, para los intereses populares, para una democracia sincera como la que él quería ver en Cuba, de la alternancia de partidos que en esencia representaban a corporaciones rivales, pero afines. Lo demostraban las vertientes partidistas dominantes, con nombres emparentados hasta en significación teórica: republicanos y demócratas.

El valor del pensamiento martiano y de sus actos lo confirma su presencia guiadora, ni dogmatismo ni sectarismo alguno han podido eclipsarla, en la Revolución Cubana.

El marxista Carlos Baliño, el socialista Diego Vicente Tejera y el activista obrero José Dolores Poyo, como otros unidos a Martí en la acción patriótica y por vínculos de mutua admiración, tuvieron la inteligencia y el sentido político necesarios para comprender que debían sumarse al proyecto martiano.

Mella testimonió haberle oído decir a Baliño que Martí le había confesado que la revolución no se haría en la guerra por la independencia, sino en la república. El testimonio es verosímil por la honradez de sus trasmisores y por coincidir en su esencia con declaraciones del Héroe Nacional cubano.

El alcance práctico de esa idea se expresa en hechos: el Baliño que siguió a Martí en la fundación del Partido Revolucionario Cubano, en 1925 acompañó a Mella y otros luchadores en la creación del primer partido cubano en proclamarse comunista y basar su programa en el marxismo.

En esa tradición vive, y ha de seguir cumpliendo el magno deber que le viene de ella, el partido que hoy dirige el proceso revolucionario cubano, y tiene, como la tuvo el partido creado por Martí, la misión de merecer que se le considere, y serlo, el pueblo cubano. En el mismo texto Martí afirmó: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere”.

Hoy cuando ya no contamos físicamente con el invicto Comandante en Jefe Fidel, la evocación al él y al hombre de la “Edad de Oro” tiene que estar acompañada cada vez de profundos análisis sobre la situación de crisis universal que afecta la vida en el planeta, el cambio climático, la lucha por la justicia social universal, en correspondencia con la convicción de que “Patria es humanidad”.

Los guantanameros lo haremos más honrados, pues por costas de este territorio más oriental del país, desembarcó Martí junto a Máximo Gómez y otros patriotas, por Playita de Cajobabo, el 11 de abril de 1895, para iniciar la guerra necesaria de la cual fuera su principal ideólogo y precursor.

El Apóstol tiene que estar más vigente en sitios que lo cobijaran para alzar el decoro aquí, justo cuando conmemoramos el aniversario 164 de su natalicio, fecha de la cual emergerá nuevamente la unidad como doctrina para preservar a Cuba Libre y Socialista.

 

(Algunos datos fueron tomados de un Artículo de Luis Toledo Sande, publicado en Bohemia y retomado en Cubadebate, el 7 de abril de 2016)

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