El viejo Ramón

Ernesto Che Guervara disfrazado como Ramón Benítez, en 1965Guantánamo. – Se cumplen 50 años del asesinato, en la escuelita de la Higuera, en Bolivia, de Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Y llega con la efemérides el deseo de compartir con los lectores, sobre todo con los más jóvenes, una historia que, aunque ya se conoce, tuve la oportunidad de escuchar de su protagonista, cuando esta era solo una niña.

Corría marzo 1965 y la niña que un día fue la hoy la doctora Aleida Guevara March, tenía cinco añitos, casi seis, cuando una noche, junto a su mamá y hermanos, vio llegar al viejo Ramón, un señor bien afeitado, con unos espejuelos grandotes y canas en su cabellera, quien se presentó como amigo de papá, el cual habían dicho estaba para Oriente.

A todos invita a comer el recién llegado, y mientras cenaban la niña le dijo al viejo Ramón, que “si de verdad era amigo íntimo de su padre, por qué no tomaba el café con azúcar y el vino tinto sin agua”.

El señor, sonriente le contestó que a él le gustaba el vino puro. Entonces, la niña le dijo que no, y le echó agua a su vino.

Después de la comida se pusieron a ver la televisión y a retozar. Es entonces, cuando la niña, que juega a los indios con su hermanito de casi tres años, cae al piso y se da un golpe en la cabeza con la mesita de la sala.

El viejo Ramón rápidamente se levanta y toma a la niña en sus brazos sin decir una palabra, la besa y de una manera muy especial la aprieta fuerte contra su pecho. Con los ojitos llenos de lágrimas, la pequeña mira al hombre impresionada.

Luego, dándole vueltas al sofá, donde la madre conversa con el extraño, Aleidita se acerca, y le dice a su madre que quiere decirle un secreto. Acerca su boca al oído de ella y casi a pleno pulmón lanza su secreto: “Mama, yo creo que ese hombre está enamorado de mí”.

El viejo Ramón la escucha y casi llora, no dice nada y soporta estremecido por su amplia capacidad de amar, las ganas enormes de decirle, “Si soy tu papá que te ama mucho”.

Con el paso de los años la pequeña Aleidita, supo que aquel Ramón, del tierno abrazo no era otro que su padre, el Che, que con otra apariencia había ido a despedirse de ellos, pues otras tierras del mundo reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos.

Ernesto Che Guevara con su familiaEsa noche de 1965, sería la última en que el legendario Comandante Guerrillero viera a sus hijos Aleidita, Camilo, de sólo tres años de edad entonces, Celia de un año y medio y Ernesto, con sólo un mes de nacido, pues el Che prefirió no ver en esa oportunidad a Hildita, la mayor, hija de un primer matrimonio, por temor a que esta pudiera reconocerlo.

Renunciando a su grado de Comandante, sus cargos en la dirección del Partido y su puesto de Ministro; llevando sólo consigo lazos de hermandad a Cuba y Fidel, marchó el Che de Cuba, a combatir las injusticias imperiales. Primero en el Congo Africano, luego en las selvas bolivianas.

El 19 de abril de 1965, con la identidad de Ramón Benítez, llega el Che a la ciudad de Dar es Salaam, en Tanzania, para unirse a la causa liberadora del pueblo Congolés, allí con un grupo de cubanos, durante algunos meses. Luego regresa a Cuba, y prepara la gesta a Bolivia, tierra americana a la que arriba con pasaporte uruguayo, con el nombre de Adolfo Mena González.  

Antes de partir de Cuba, había dejado a sus hijos grandes y tiernos consejos. En una de sus cartas les decía: Aleidita, tú eres la mayor, debes portarte bien con tu mamá y ayudarla mucho en la casa…Celia, ayuda a la abuela y se buena con ella…Camilo: no sigas echando malas palabras que los niños no dicen esas cosas feas…Ernestito: cuando yo regrese si hay aún imperialismo saldremos a combatirlo, si ganamos, Camilo, tú y yo, nos iremos de vacaciones a la luna.

A 52 años de ocurrida aquella conmovedora historia del viejo Ramón con la pequeña niña, permanece con vigencia inalterable de leyenda, como la vida toda del Comandante Guevara, que se multiplica en el indetenible y necesario despertar de la América Nuestra. Los imperecederos pasos del Che han de guiar nuestros pasos.

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