Una madrugada de 46 años

Guantánamo.- Pocas veces se sintió un silencio más grande en el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, como el de la medianoche del 7 de octubre de 1976. Reunidos allí desde el día 6, los familiares de los pasajeros del vuelo 455 de Cubana de Aviación esperaban ansiosos un reporte de sus seres queridos.

«Mi papá me dice que hubo un problema con un avión. En ese momento me fui para el aeropuerto. Cuando llegué vi que habían traído a varios parientes de mis compañeros, incluso desde el interior del país. Al principio quisimos esperar lo mejor, pero a las 12 nos dieron el parte y supimos la verdad», comenta José Raúl Domínguez González, quien había sido compañero del grupo de atletas y entrenadores que se encontraban entre las 73 víctimas de aquel atentado.

«Nos quedamos hasta por la mañana, cuando trasladaron a todo el mundo a la Ciudad Deportiva y de ahí a la Plaza, en el homenaje que se les realizó», agregó en exclusiva para JR el profesor Domínguez González, quien actualmente entrena a las próximas generaciones de esgrimistas en la capitalina Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Mártires de Barbados.

Según reveló a Juventud Rebelde, José Raúl, quien coincidió con Nelson Fernández y Ricardo Cabrera desde su etapa en la EIDE, perder en aquel momento a ese grupo de talentosos y jóvenes deportistas fue un golpe enorme. En primer lugar, porque se trataba de jóvenes asesinados justo cuando su futuro personal y profesional parecía más brillante que nunca.

Además, el profe comentó que desde el punto de vista competitivo sucedió un retroceso de años, pues perder a figuras establecidas y en ascenso como Leonardo Mackenzie, Nancy Uranga, Juan Duany, Milagros Peláez, Julio Herrera, Cándido Muñoz, Alberto Drake, José Arencibia, José Hernández y Ramón Infante, entre otros, significó tener que empezar de cero la búsqueda de una nueva generación de estrellas.

«Eran el relevo para la olimpiada de Moscú ‘80, pues los veteranos estaban ya en la curva descendente de su carrera y ellos aparecieron para tomar el relevo y darnos esperanzas. La verdad es que venían muy bien y el haberlos perdido es algo de lo que nunca vamos a lograr recuperarnos del todo», apuntó Domínguez.

En ese entonces, José Raúl, quien ya no estaba activo, recibió la propuesta de regresar al alto rendimiento para ayudar en ese proceso de rearmar la selección.

«Conmigo hablaron para que volviera a entrenar, pero yo no quise en ese momento. Les recomendé que buscaran muchachos jóvenes, que el talento estaba regado por ahí. Afortunadamente, así hicieron y de ahí surgió otra generación dorada de la que fueron parte Rolando Tucker, Elvis Gregory y Taymí Chappé, por citar algunos», contó José Raúl, cuya historia en el deporte comenzó a los diez años en Ciudad Libertad.

Antes de iniciar en 1966 su adiestramiento en el ancestral arte del ataque y la defensa con la espada (o el sable, o el florete) practicó fútbol y atletismo, pero finalmente la esgrima lo enamoró. Luego, en 1968 fue captado para la EIDE Adolfo López Mateo, situada en lo que es el Hotel Comodoro, en el municipio de Playa.

Participó en varios torneos, incluidos unos cuantos organizados por países del ya desaparecido campo socialista. «Topábamos mucho en Europa con colegas de gran nivel. Estábamos más tiempo allá que en nuestras casas, prácticamente», confesó.

Luego fue campeón del torneo centroamericano del deporte realizado en 1974 en México y llegó al equipo nacional. No obstante, solo un par de años más tarde las constantes lesiones hicieron mermar su rendimiento y optó por retirarse.

Como profesor, comenzó en el combinado deportivo de Cojímar, desde donde promovió varios alumnos al equipo provincial. En 1983 lo envían a la Mártires…, en donde logró mantener los primeros puestos en categorías juveniles y escolares hasta 1990, cuando fue asignado a preparar exclusivamente a la 11-12.

A lo largo de su carrera ha trabajado también en el combinado Príncipe, del Cerro, estuvo en Venezuela durante la Misión Barrio Adentro, y regresó para hacer un periplo por la EIDE Augusto Turcios Lima y Héctor Ruiz Pérez, de Matanzas y Villa Clara, respectivamente. Finalmente, retornó a la Mártires… en donde ha mantenido a sus esgrimistas en el primer puesto nacional durante las tres últimas ediciones de los Juegos Escolares. Cuarenta y seis años después se niega a olvidar a sus compañeros, y confiesa que aún no ha conseguido superar el dolor provocado por el horrendo crimen de Barbados.

Tomado de Juventud Rebelde

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