En el contexto de transición epidemiológica que vive el mundo, donde las enfermedades crónicas no transmisibles ocupan los primeros puestos en la mortalidad de los países, la muerte súbita cardiovascular se convierte en un desafío para las agendas de salud, que parte de tener una apreciación de lo que representa para los sistemas sanitarios este problema de primera magnitud.
Así lo expresaron los participantes en el II Simposio Nacional y I Convención Iberoamericana de Muerte Súbita Cardiovascular —que concluyó este viernes en el Palacio de Convenciones de La Habana con la participación de 400 delegados de 20 países— quienes consideraron son múltiples los retos para hacer frente a la realidad de este fenómeno.
El doctor Luis A. Ochoa Montes, presidente del comité organizador y del Grupo de Investigación en Muerte Súbita, define a esta como «toda muerte natural debido a causas cardíacas, que se presenta con pérdida de conciencia brusca (muerte instantánea) o por síntomas de agravamiento del estado cardiovascular; se produce en el plazo de una hora tras el comienzo de estos síntomas agudos, en un individuo que presenta una cardiopatía, conocida o no por el paciente; pero el tiempo y modo de la muerte son inesperados».
Las causas cardiovasculares representan entre el 80 y 90 % de ellas, y dentro de estas la enfermedad arterial coronaria y la cardiopatía isquémica son las más frecuentes. En un 15 % de los casos se produce por otras enfermedades cardiovasculares no dependiente de las arterias coronarias, como es el caso de las enfermedad de las válvulas cardiacas, las primarias del músculo cardiaco o las cardiopatías congénitas; y hay un 5 % de los casos donde no hay una alteración funcional demostrable, sino que es un fenómeno netamente arrítmico o eléctrico quien origina el evento, precisó el experto.
Sobre los resultados de 20 años de estudio del Grupo de Investigación acerca de este fenómeno, que incluye a todos los municipios de la capital y varias provincias del país, el doctor Ochoa Montes comentó que se han estudiando más de 25 000 muertes naturales, de las cuales aproximadamente 2 500 han sido episodios de muerte súbita. En ese sentido apuntó que se han podido establecer las características sociodemográficas, los patrones clínicos, los patrones electrocardiográficos, los elementos anatomopatológicos de los fallecidos de muerte súbita, y en los últimos años hemos centrado los esfuerzos en el estudio de los perfiles de riesgo vasculares ateroescleróticos del fallecido de muerte súbita en Cuba.
«Hay una serie de factores de riesgo que destacan por su importancia ante la ocurrencia del fenómeno como es el tabaquismo, la inactividad física, la diabetes mellitus, el infarto miocárdico previo, la obesidad, entre otros. Existen dos etapas de mayor frecuencia: los primeros meses de vida con el síndrome de muerte súbita del lactante y luego de los 45 años de edad, un segundo pico epidemiológico, con una asociación directa al daño vascular ateroesclerótico y la cardiopatía coronaria», dijo el experto.
Por otra parte, el entrevistado mencionó que por cada mujer que tiene un episodio, hay cuatro hombres que lo presentan, siendo además el predominio en el sexo masculino a partir de los 45 años de edad, lo cual se va reduciendo hacia la séptima década de vida donde aumenta exponencialmente la mortalidad súbita en el sexo femenino, y la relación llega a ser de dos hombres a una mujer. «Ello se debe sobre todo al desarrollo de la ateroesclerosis, que es un poco más lento en ellas porque la mujer disfruta de la protección de los estrógenos, lo cual retrasa o limita el daño vascular».
El doctor Ochoa Montes agregó que hay signos de alerta que denotan cambios en el estado cardiovascular del paciente y que se ponen de manifiesto hasta seis meses previos a la ocurrencia del episodio, dentro de los cuales se relacionan los cambios en el patrón de dolor en pacientes con angina de pecho, falta de aire, fatigabilidad fácil, alteraciones en el ritmo cardiaco, mareo, pérdida de la conciencia y palpitaciones. Luego, dijo, aparecen los síntomas premonitorios, que son las manifestaciones que denotan un cambio agudo en el estado cardiovascular del paciente y son los que se toman como referencia para establecer el diagnóstico.
En Cuba, explicó el especialista, se estima que ocurren alrededor de 11 000 eventos de muerte súbita al año, aproximadamente 33 casos diarios, es decir, una muerte cada 44 minutos. «Es un enorme desafío por su alta incidencia: en el mundo se plantea que ocurren entre cuatro y cinco millones de fallecimientos anuales por esta causa, una muerte cada diez minutos».
La necesidad inaplazable de educar y capacitar a la población, y no solo al personal sanitario, sobre cómo proceder ante un evento de este tipo, centró también los debates de los participantes a la cita, ante la alta incidencia de estos eventos en el medio extrahospitalario.
Sobre este tema Juan B. López Messa, jefe de la unidad de cuidados intensivos del Complejo Asistencial Universitario de Palencia, España, dijo a Granma que si bien el primer paso es controlar los diferentes factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares, es preciso insistir que las posibilidades de recuperación de las personas será mayor si se aplican oportuna y rápidamente las medidas de reanimación cardiopulmonar, lo que dependerá muchas veces de los testigos presenciales.
De ahí que, explicó López Messa, cada eslabón de la cadena de supervivencia sea esencial, pues el tiempo es vida: recepción y solicitud de ayuda, intervención de los testigos en la resucitación cardiopulmonar, la desfibrilación temprana si se dispone de ella, intervención de los servicios de emergencia y los cuidados posresucitación. Se trata de saber qué hacer, y es conocido que las maniobras de resucitación básicas inmediatas pueden elevar a más de un 40 % la supervivencia, dijo.
Son exitosas las experiencias de los países que han logrado introducir estas técnicas en la enseñanza escolar, pues está demostrado que con 30 minutos al año es suficiente para sensibilizar a los niños sobre la importancia de dominar estas técnicas, y tres años sucesivos de un curso de reanimación son suficientes para retener las habilidades el resto de la vida.