Mi regalo más grande

Guantánamo. – Todos los segundos domingos de mayo Cuba celebra el Día de las Madres. Una avalancha de hijos y esposos inundan las calles para encontrar un ramo de flores, un útil para el hogar, una bebida especial para la ocasión de agasajar a ese ser imprescindible en nuestras existencias.

En Guantánamo, cumpliendo con las medidas sanitarias para prevenir el contagio por la Covid-19 se realizó una expoventa en Zona de Arte, instalación del Fondo Cubano de Bienes Culturales.
 

Particularmente siento que nada de lo que logre adquirir será suficiente para agradecer a esa mujer a la que todos los días quisiera parecerme. ¿Cómo retribuir 30 años de amor incondicional, de palabra precisa y regaño certero? El impulso en cada palabra, la fe en mi capacidad más allá de lo imaginable, sus lágrimas por cada uno de mis dolores, sus consejos, su AMOR a prueba de toda condición.

Es mi madre la que me enseñó a leer, la que sostuvo mi mano durante una operación ambulatoria a sangre fría y lloró junto a mí. La que estuvo a mi lado durante mis años de estudio, la que escucha mis ideas y acompaña mis desvaríos, mi cómplice, mi mejor amiga, mi más grande amor. Mi aspiración es llegar a ser la mitad de lo que ella, porque desde mi altura la veo inmensa. 

Su maternidad tiene mérito doble o incluso triple si se quiere, pues tanto yo como mi hermano fuimos criados durante lo que en Cuba recordamos grismente como el período especial, sin embargo no recuerdo nunca haberla escuchado quejándose de carencias y siempre tuvo para nosotros las mejores golosinas, la porción más abundante, el mejor sitio en la cama y su mejor sonrisa. Ambos somos hoy profesionales, trabajadores y en gran medida le debemos eso a esta mujer de talla gigantesca, que merece todos los días del mundo para celebrar su dedicación.

Y estas letras, aunque pudieran parecer egoístas, aplican a cada una de las madres guantanameras que hacen cuanto pueden por llenar de cariño y atención a sus pequeños – sin importar que estos tengan 5 o 50 años – . Incluso  a aquellas que desde la espiritualidad nos guÍan con sus recursos, pensamientos y ejemplo, porque una madre nunca abandona. También es una forma de decir gracias a las tías, las abuelas, las madrastras – buenas – e incluso las madres postizas, esas a las que no nos une un lazo de consanguineidad pero si uno fraternal que es a veces hasta más importante.

Este segundo domingo de mayo le regalaré a mi madre, además de estas letras un recuerdo material de mi eterna gratitud por su entrega natural, cocinaré para ella y compartiremos una jornada en familia, sin una gran fiesta, lejos de mi abuela – por la incidencia de la Covid 19 – pero cercanas en el corazón. Con la esperanza de que el próximo año podamos estar todos juntos y que algún día pueda ser yo para alguien lo que ella ha sabido ser para mí.

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