Dejé de ser yo para ser la madre de…pero no me pesa

Dejé de comprarme, de salir, de pensar en mí, de ser yo, me dediqué a ser tú madre desde el primer movimiento, la primera consulta, la primera patada. Todo era nuevo para mí, pero disfruté cada semana.

Siento el orgullo más grande del mundo cuando te miro. Cuando te veo tan perfecta ante mis ojos y doy gracias por merecer tanto.

Veo como vas creciendo, aprendiendo, y yo cada día más enamorada. Se me llena el alma de emoción con tus ocurrencias, tus cariños y tus besos, esos besos que desvanecen hasta el enojo más terrible.

Dejé de ser yo, yo ya no cuento, yo sólo existo por ti, verte feliz es el cielo abierto. Verte reír es el mar, es la luna y el universo entero. 

Pensar como evitarte tragos amargos es mi desvelo, tengo miedo, tengo mucho miedo de fallar, de no poder, de verte hacerte una mujer en un dos por tres.

Me levanto todos los días y aprendo más y más por ti, para poder transmitirte seguridad, conocimiento y confort.

Sólo espero estar ahí siempre que me necesites para guiarte, orientarte para que seas una mujer de bien, que sepas tomar tus propias decisiones y que vayas por el camino correcto.

Ahora entiendo los desvelos de mi madre cuando no llegaba, su preocupación por que alcanzara mis metas, su dedicación por enseñarme a andar por la vida.

Y es que sólo se comprende la gran magnitud de la palabra Madre cuando se obtiene el título. Este título que es único, inmenso, el mayor logro de mi vida, es todo un privilegio ser tú Madre.

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