Habría que hacerles un monumento

Foto: Naturaleza secreta de Cuba

Tomado de Granma

Ella, que amanece en el consultorio después de una noche de guardia, que sabe exactamente cuántas embarazadas hay en el barrio y cuándo nacerán sus bebés, que les recuerda por WhatsApp a la madre y al padre que están atrasados con la vacuna del niño.

Ella sabe los dolores físicos y las penas de cada anciano, también cómo lidiar con quienes vienen «autodiagnosticados» a exigir recetas, y coloca por encima del a veces abrumador papeleo la necesidad de resolver esos problemas de salud pequeños, pero que podrían crecer mucho de no existir «la doctora de nosotros».

Ella ha debido ponerse sobrebata, mascarilla y careta, y aventurarse bajo el sol, con su estampa menuda, para visitar al aislado por la COVID-19; y en medio de la preocupación esencialmente humana por contagiarse, ha mantenido el funcionamiento del consultorio médico y las dinámicas de pesquisa, protocolos para viajeros, vacunatorio…

Su entrega, replicada en cientos de mujeres y hombres en toda Cuba, es –por supuesto­– una proeza personal, pero también, y, sobre todo, el resultado de un programa ideado por Fidel en 1984, y que supuso llevar hasta las familias al personal médico y de enfermería.

Esa visión de prevenir factores de riesgo y promocionar estilos de vida saludables ha demostrado innumerables veces su valía para el propósito del Estado socialista de garantizar salud universal, gratuita, accesible y de calidad.

Pero quizá nunca antes como en esta pandemia ha quedado tan clara la fortaleza que supone, ante la crisis sanitaria, un sistema de Salud vertebrado desde la comunidad. Incluso con las imperfecciones en su funcionamiento, el consultorio se erige como fuente de bienestar y seguridad para una parte considerable de la población cubana.

Por honrar la estatura ética del doctor Carlos J. Finlay, nacido un 3 de diciembre, y prestigiar la Medicina latinoamericana y mundial, por el heroísmo de meses agotadores y terribles frente a la enfermedad y la muerte, habría que hacerle, sí, a ella, una doctora jovencísima del consejo popular de Alturas de La Habana, un monumento, y también a cada trabajador de la Salud de Cuba.

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