Guantánamo.- El 14 de octubre de 1975 la Sudáfrica del apartheid invadió Angola desde la usurpada Namibia, con el conocimiento y la aprobación del gobierno de Estados Unidos.
El propósito de la pérfida agresión era impedir que el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) declarara la independencia de la colonia más rica de Portugal en África y formara un gobierno que representara de manera legítima a los angolanos.
Pretoria odiaba a Neto. Sabía de su oposición decidida al régimen del Apartheid y su profundo compromiso con la lucha de los patriotas namibios, zimbabuenses y sudafricanos. Por eso apostó a aliarse con Washington en la consumación del objetivo norteamericano de instalar en Luanda a un gobierno títere, encabezado por Jonás Savimbi o Holden Roberto.
Para ese momento la administración de Gerald Ford había aprobado la operación encubierta IAFEATURE dirigida a apoyar con asesores, armas y dinero a las bandas de Savimbi, la UNITA, y Roberto, el FNLA, así como al ejército del dictador Mobuto, del entonces Zaire.
Pero en la consecuente guerra civil desatada en Angola en contra del MPLA, incitada por la CIA, otros servicios de inteligencia occidentales, Sudáfrica y elementos reaccionarios de Portugal, el movimiento dirigido por Neto emergió vencedor.
Así se encaminó a hacer la declaración de la independencia de Angola el 11 de noviembre de 1975, la fecha fijada para hacerlo en el acuerdo de Alvor, firmado el 15 de enero de ese año.
Ante la incapacidad de la UNITA y el FLNA de cumplir sus órdenes, Washington y la CIA miraron a Pretoria. A los norteamericanos les preocupó que la presencia de algunos cientos de instructores militares cubanos reforzara la preparación de las Fuerzas Armadas Populares para la Liberación de Angola, el brazo armado del movimiento de Neto.
La Sudáfrica del racismo invadió con más de mil hombres, blindados y artillería. En las primeras jornadas la columna Zulu avanzó indetenible hacia el norte, rompiendo las endebles defensas de las bisoñas FAPLA.
Animadas por el apoyo directo de las Fuerzas de Defensa de Sudáfrica (SADF), las bandas de Savimbi y Roberto avanzaron hacia Luanda, desde el sur y el norte, respectivamente. En Washington, Pretoria, Kinshasa y varias capitales europeas se frotaron las manos: el MPLA estaba a punto de sucumbir, consideraron.
En la Casa Blanca estimaron que la Unión Soviética no acudiría en ayuda de Neto por el temor de Moscú de que afectara la política de distensión con Estados Unidos. Pero en la ecuación no incluyeron a una pequeña nación situada a 11 000 kilómetros de distancia.
Hasta el momento de la invasión racista, el Comandante en Jefe de la Revolución cubana había actuado con mesura en cuanto a la proporción de la ayuda militar brindada al MPLA, tras la solicitud hecha por Neto, debido a la negativa de Brézhnev, el entonces líder soviético, de apoyar el envío de tropas cubanas de combate a Angola.
Fidel había apreciado con certeza la amenaza que representaba la asistencia foránea a la alianza UNITA-FLNA para la independencia de una Angola gobernada por el MPLA y para la propia vida de los asesores militares cubanos que estaban allá.
Esa percepción fue reforzada por los informes enviados desde Luanda por el comandante Raúl Díaz-Argüelles, el jefe de la entonces recién creada Misión Militar Cubana en Angola, quien incluso instó a enviar refuerzos ante una inminente intervención sudafricana en gran escala, apoyada por Estados Unidos.
Los hechos les dieron la razón. El 14 de octubre, Sudáfrica invadió desde Namibia.
En su rápida marcha hacia Luanda, la columna Zulu solo encontró una resistencia verdadera el 2 y 3 de noviembre, en Catengue, en la provincia de Benguela, ofrecida por varias decenas de instructores cubanos y sus alumnos angolanos. Los internacionalistas sufrieron cuatro muertos, siete heridos y 13 desparecidos.
La notica del sacrificio de los asesores militares cubanos llegó a La Habana el 4 de noviembre. Fue entonces que Fidel Castro y el Gobierno revolucionario confirmaron que los racistas sudafricanos habían invadido.
Al amanecer del día 5, Fidel y la máxima dirección cubana decidieron enviar con urgencia tropas para frustrar los planes de Estados Unidos y Sudáfrica de apoderarse de Angola, y no dejar abandonados a su suerte a los instructores que ya combatían y morían en cumplimiento de esa misión.
Fue una decisión trascendental, plenamente soberana, pese a la manifestada oposición soviética al despacho de tropas cubanas hacia Angola. Los analistas de la CIA quedaron estupefactos: jamás pudieron pensar que Cuba actuaría con tal determinación, más dada a una potencia militar que a una pequeña nación sub-desarrollada y bloqueada económicamente.
La Isla actuó a sus instancias, fiel a sus valores y actitudes éticas revolucionarias, así como en correspondencia con el pensamiento de Fidel y el Che Guevara de colaborar con los pueblos de África que luchaban contra el colonialismo y el racismo.
Las primeras unidades movilizadas fueron el Batallón de Tropas Especiales del Ministerio del Interior y un regimiento de artillería terrestre. El primero viajaría en cuatrimotores turbo-hélices Bristol Britannia, de Cubana de Aviación, y el segundo lo seguiría por mar.
Antes de su partida, Fidel conversó con los 158 combatientes de la primera compañía del batallón del MININT. Les habló de la necesidad imperiosa de la operación, que varios cubanos habían muerto y que era imprescindible detener a los racistas sudafricanos antes de que llegaran a Luanda.
La cruda realidad para los 652 hombres del batallón de tropas especiales es que una vez que llegaran a Angola, no había forma de evacuarlos. Ninguno de los combatientes dijo no a la partida hacia un campo de batalla situado al otro lado del mundo.
Dos Britannia despegaron desde La Habana hacia Angola llevando a bordo, vestidos de civil, a los combatientes de la primera compañía de las tropas especiales. Fue el 7 de noviembre de 1975. Dio inicio la Operación Carlota. Es harto conocido lo que ocurrió después.
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