Aniversario 62 de la gesta del Moncada
Guantánamo.- Pocas armas y escasa preparación militar, pero mucho coraje y deseos de ver libre a su Patria, llevaban los asaltantes a los Cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, dos ciudades del oriente de Cuba cuya historia resume la de sus hijos más dignos.
Jóvenes que en 1953, año del centenario del natalicio de José Martí, el más universal de los cubanos, decidieron encender nuevamente la llama de la rebeldía, ante los infortunios y vejámenes que sufría el pueblo, martirizado por el gobierno títere de Fulgencio Batista, quien tras un golpe de Estado pretendía perpetuar su mandato apoyado por el imperialismo yanqui.
Al frente, el joven abogado Fidel Castro exponía el pensamiento de Martí, como bastión infranqueable: “Una idea desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”, a pesar de que en desafío desigual se enfrentarían a militares altamente calificados y entrenados, resguardados en fortalezas casi inaccesibles.
Era el 26 de Julio, la mañana de la Santa Ana, la ciudad de Santiago de Cuba dormía después de una larga noche de festejos populares; los disparos rompieron el silencio. A la par se desarrollaban acciones en Bayamo. Casualmente en Guantánamo, sin saber de los hechos del Moncada y del Carlos Manuel de Céspedes, un grupo de campesinos dirigidos por Miguel Bertrán, también se disponía a enfrentarse a la sangrienta tiranía.
Víctimas de una delación los jóvenes encabezados por Fidel se exponían a ser presas fáciles; los militares se pusieron sobre alerta a esperar el combate.
Después se supo por la prensa al servicio del gobierno de la operación de los “amotinados”, que casi todos procedían de la Habana, que eran “revoltosos” que pretendían desestabilizar al país.
Más tarde se publicaban fotos de cadáveres torturados y hasta mutilados, de parte de los asaltantes…Fueron 135 los que salieron de la Granjita Siboney al Moncada, en Santiago y otro grupo que operó en el Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo.
Fueron masacrados 80, sólo seis murieron en combate. Viles mentes segaron las santas almas de los jóvenes, pero no sus ideas. Unos pocos pudieron escapar de la represalia del gobierno sediento de sangre.
Estas acciones fueron frustradas, pero Fidel, quien expuso su alegato de defensa en el juicio, acusado de haber sido el promotor de los asaltos, llamó a convertir el revés en victoria.
Se convirtió en acusador del gobierno y los serviles lacayos que oprimían al pueblo. Adjudicó a Martí la autoría intelectual de esa epopeya. El documento de defensa pasó a la posteridad con el nombre de “La historia me absolverá” y más tarde sería el programa de la Revolución cubana al refrendar en él la posibilidad real de que en el país existiera una sociedad justa.
Los jóvenes que no fueron asesinados siguieron a Fidel en la guerra irregular en las montañas de la Sierra Maestra, recordando a los compañeros mártires que ofrendaron sus vidas.
Uno de los sobrevivientes escribió la Marcha del 26 cuyos versos señalan: “La sangre que en Cuba se derramó, nosotros no debemos olvidar… que sirva de ejemplo a esos que no tienen compasión, que arriesgaremos decididos, por esta causa hasta la vida, ¡Que viva la Revolución!”.
Los caídos resurgen cada vez en el pueblo dispuesto a defender la patria cuyo suelo abonaron antes hijos sagrados con su sangre. Hoy vivos o muertos están en todos los sitios.