Con el nasobuco (y la vida) a cuestas

Había sido sancionado por un delito de desobediencia, justo cuando la pandemia apenas amenazaba con alcanzar los picos que, envueltos en irresponsabilidad, nos ha traído el rebrote.

Poco tiempo después, en libertad condicional, fue sorprendido nuevamente por una calle de la Habana Vieja con el nasobuco mal puesto. Llevaba una cajita de ron en las manos que, a esas alturas, ya le había «planchao» todo, hasta el sentido común. Juzgado esta vez por el delito de propagación de epidemias, le fue impuesto un año de privación de libertad, la pena más severa para tales actos. Pero ni siquiera el rigor ha sido suficiente para algunos.

En la capital, según informaciones recientes, el 70 % de los sancionados por los delitos de propagación de epidemias, desacato, desobediencia y resistencia ha merecido penas de encierro. Los números, de infractores y de enfermos, todavía no hablan bien del cumplimiento primario e imprescindible de las medidas dispuestas, ni de ese autocuidado vital en el que va la vida de los otros.

«Sanciones excesivas por andar sin nasobuco». Esa es la cuenta simple que algunos han pretendido sacar por estos días, como si se tratara de un extremismo ante un desliz mínimo.

Andar sin nasobuco no es, en las circunstancias de hoy, un hecho menor. Significa, literalmente, violar lo establecido; poner en riesgo la salud propia y de los demás; tensar aún más la cuerda económica que sostiene el enfrentamiento a la epidemia en el país.

Andar sin nasobuco es burlarse de quienes han pospuesto, por curarnos, cuidarnos o alimentarnos, el abrazo de la familia, la tranquilidad del hogar, las muchas horas de sueño que no se recuperan; es, cuando menos, una provocación para quienes, en aras de salvarnos, se pasan muchas horas bajo trajes incómodos, con gorros, gafas, caretas, guantes… ¿Qué pretexto tiene quien, en plena calle, no se cubre la nariz ni la boca?

Luego de largos meses de aislamiento, andar sin nasobuco es prolongar el momento de ponerle fin a la pandemia; es obligar a los niños al encierro, sin escuelas ni parques; es una puerta abierta al nuevo coronavirus para que siga sumando contagios; es una zancadilla a Soberana 01.

Para algunos, mientras los enfermos no son sus enfermos, ni los muertos los suyos, ni los presos, el cuidado les resulta ajeno. Ojalá no sean víctimas un día, por imprudentes, ni paguen, con aquellos dolores, la irresponsable actitud de no usar un nasobuco que los salva, y salva a los demás.

Tomado de Granma

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