Ya cumples 500 años, Habana mía

Porque estás viva te hablo al oído, ciudad de La Habana. Y te cuento tu propia historia porque es, de todas, la versión más simple que encontré para mi humilde homenaje. Perdóname, pues, los pasajes que obvié en mi intento de abrazar tus cinco siglos. Es tarea ancha para cualquiera de los que te viven.

PRIMERA INFANCIA

Hoy tu cuerpo da sombra a un terreno más amplio y moderno que aquel de tus primeros años, allá por los inicios del siglo xvi, cuando la suerte te dio asiento en las márgenes de la bahía del antiguo puerto de Carenas. Allí fuiste creciendo y alzando muros para proteger a tus hijos, porque es eso lo que has hecho siempre; allí alcanzaste el noble título de ciudad, te erigiste capital de esta Isla, que celebra tus 500 y vuelve sobre tus pasos para encontrarse.

De aquellos primeros años –recuerdan algunos de tus biógrafos– queda la impronta de una villa con aires de esplendor comercial, cimentados en el ir y venir de barcos cargueros del viejo mundo; y las fortalezas que poco a poco vieron la luz en los alrededores de la bahía, para resguardarte de los peligros que acechaban desde mar: primero, el castillo de la Real Fuerza, luego el de San Salvador de La Punta y el de los Tres Reyes Magos del Morro… un poco más tarde, tus colosales murallas.

También desde el comienzo, allá por la década de los 60 del siglo xvi, tus hijos pudieron calmar la sed con la adelantadísima Zanja Real, el primero de tus acueductos, surtido por las aguas del río Almendares.

«Calles angostas para climas cálidos», rezaban las viejas Leyes de Indias sobre la cual se emprendió tu diseño urbano, y así fuiste en tus inicios. Pero, rebelde y única, creciste alejada de la idea ortogonal (o en damero), que pensaron para tu imagen. Entonces, las callejuelas empedradas se dispusieron en torno a tus cinco plazas principales (de Armas, Vieja, San Francisco, de la Catedral y del Cristo). Cada piedra de esas construcciones hoy son obras exquisitas de este museo vivo en que te convertiste.

A este circuito tenemos que añadir las edificaciones religiosas que, en varios casos, dieron nombre a las plazas, y que se convirtieron en obras de excelentísimo valor arquitectónico y casa de ruegos para tus hombres y mujeres de fe. Piedra a piedra, fuiste testigo de la construcción de templos como la Parroquial Mayor, la iglesia del Espíritu Santo, la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, la del Santo Ángel Custodio, y los conventos de San Juan de Letrán de la Orden de Santo Domingo y el de Santa Clara de Asís.

Durante esos primeros dos siglos, te afianzaste como la reina del Caribe todo. Fuiste referencia para el comercio entre los «dos mundos», y joya viviente de la arquitectura religiosa y militar. Eran, no más, tus prístinos aciertos como ciudad maravilla del mundo.  
 
ADOLESCENCIA: APRENDIZAJE Y TORMENTOS

Como urbe culta que fuiste y eres, durante el siglo XVIII nacieron para bien el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio y, tres años después, quedó oficialmente instituida la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, ubicada, entonces, en el convento de San Juan de Letrán. Muchos de tus más prolíficos hijos han coronado saberes en estas casas de altos estudios. Entre ellos sería pecado dejar de mencionar a José de la Luz y Caballero (1800-1862), Félix Varela (1788-1853) y Rafael María de Mendive y Daumy (1821-1886).

Esta, sin embargo, no fue una época dorada en cuanto a desarrollo económico y cultural de tus dominios. La industria y el comercio enflaquecían, pocas luces afloraban en el arte y la literatura, las condiciones de vida, con tus casas de guano y caminos intransitables, tampoco eran las mejores. En tu condición de colonia eras conocida en Europa, cuanto mucho, por tu buen tabaco.

También marcó positivamente esta etapa discreta en cuanto al desarrollo, la aparición de la imprenta y de los folletos, que circularon por tus calles. Aquellas publicaciones estuvieron limitadas, inicialmente, a las compras y ventas, así como a las entradas y salidas de los buques que atracaban en tu puerto. Luego, con el Papel Periódico de La Havana, te abriste al mundo, ilustrada en la primera publicación literaria del país, la cual se transformó paulatinamente, hasta convertirse en la Gaceta de La Habana, hacia la primera mitad del siglo XIX.

Pero esta época estuvo marcada por un hecho que constituye un parteaguas en tu historia. La invasión y conquista de tus predios por los ingleses en 1762, vio involucrados a miles de tus hijos, muchos de los cuales dieron su vida por mantenerte a salvo. Los intrusos entraron por Cojímar, por la Chorrera, y se hicieron fuertes al tomar La Cabaña y luego el Morro, llave y puerta de la bahía, y puntos claves para la rendición definitiva.
Fue en estas lides bélicas cuando cubanos como Pepe Antonio –menos conocido como José Antonio Gómez de Bullones–, alcalde mayor provincial de Guanabacoa, demostraron su lealtad y anticiparon la estirpe de los cubanos ante los más patrióticos empeños.

Durante 11 meses lloraron a tus pies los habaneros: negros, españoles y pardos dieron muestras de nuestro sentido de pertenencia y arraigo. Al mismo tiempo, este suceso marcaría un antes y un después en la forma de ver las relaciones colonia-metrópolis, así como el absurdo aislamiento en que estabas sumida con respecto a los demás pueblos del mundo.

De aquel momento se recuerda también el repudio que recibieron las mujeres que mantuvieron relaciones con las casacas rojas, mientras tuvieron posesión de tus tierras. «Las muchachas de La Habana/ no tienen perdón de Dios/ y se van con los ingleses/ en los bocoyes de arroz», decía el coro de una canción de la época.

A consecuencia del conflicto y derrota ante los ingleses, justo en el 1763 se comienza la construcción de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, y se ejecuta la primera división legal de la ciudad en cuatro cuarteles. También viste crecer dos excepcionales edificios adyacentes a la plaza de Armas: la Casa de Correos o Palacio del Segundo Cabo y el Palacio de los Capitanes Generales, que ocupó el sitio donde estuvo la Parroquial mayor.

JUVENTUD… QUE SE HACE ETERNA

En los albores de tu juventud, entrado el siglo xix, es remarcable la construcción de El Templete, obra arquitectónica levantada para honrar la primera misa y cabildo celebrados en tu era fundacional. El edificio neoclásico, que se ancla entre el mar y la plaza de Armas, y que simbólicamente conserva hoy una ceiba –como tu ceiba de antaño–, se convierte para los cubanos en un pasaje directo a tu génesis, en un machete que limpia la maleza y la desmemoria.

Y como tu expansión seguía a toda popa, la vida en las dos ciudades (intra y extramuros) también estuvo marcada por la prosperidad. El transporte, por ejemplo, tuvo su época dorada en la primera mitad de este siglo. En 1810, tus calles vieron transitar el primer quitrín, y en 1819, atracó en tu puerto el primer buque de vapor. Pero el acontecimiento de la centuria, en este sentido, tuvo lugar en 1837, cuando te convertiste en pionera de Hispanoamérica en implantar el ferrocarril.

Cuarta en el mundo –solo detrás de Gran Bretaña (donde se inventó el camino de hierro), Estados Unidos, Francia y Alemania–, tuviste el atrevimiento de contar con uno de los adelantos científicos más relevantes del siglo antes que tu metrópolis, España.

Debe estar fresco en tu memoria aquel primer tramo de líneas férreas entre tus límites y Bejucal, que se inauguró el 19 de noviembre de 1837.

Para entonces, ya contabas con casas de cal y canto en lugar de aquellas de guano. Los conocimientos echaban raíces en una biblioteca pública, bien surtida para los estándares de aquellos años, y se multiplicaban con la acción de cuatro imprentas, de las cuales dos funcionaban a tope, según relatan los conocedores del periodo. De ahí que fueras protagonista en las buenas nuevas de tres papeles periódicos, repartidos –de a pliego, cada uno– en distintos  días de la semana.

Asimismo, resaltan la Casa de Beneficencia, que albergó más de un centenar de tus hijos, entre educandos e indigentes; y la existencia de otras casas de piedad y establecimientos dados por entero a la educación pública de los habaneros.

Por el año 1863 se mandaron a demoler tus murallas, debido a que no podían retenerte más entre sus gruesos muros de 1,4 metros, y porque ya no cumplían su misión de defenderte. Fuiste también testigo de una expansión urbana endemoniadamente veloz, así como de la mayor obra de ingeniería civil ejecutada en la Isla hasta esa fecha: el flamante acueducto de Albear, aún en servicio.

También en estos tiempos llegaban a ti los ecos de una guerra que se libraba en el oriente del país, y que perseguía la libertad absoluta del yugo español. A esta finisecular contienda bélica –favorable, entonces, a los mambises–, estuvo asociado un hecho atroz por parte de Estados Unidos. Como pretexto para intervenir en la Isla, las aguas de tu bahía recibieron toneladas de hierro y cientos de vidas de marines y oficiales norteamericanos, tras una explosión intencionada el 15 de febrero de 1898 del acorazado Maine.

De esta forma despedías los años 1800 y te adentrabas en la escena del siglo xx cubano, ahora en condición de neocolonia yanqui.

Justo entre los años 1900 y 1901, se acometió en el teatro Martí la redacción de la Constitución de la República, que incluiría la ominosa Enmienda Platt, adenda a la Carta Magna de la nueva nación que le permitiría a los estadounidenses intervenir Cuba cuando así lo entendieran.

En este medio siglo, tu pueblo y el de toda Cuba sufrieron los desmanes republicanos entre los sanguinarios tiranos Gerardo Machado, «el asno con garras», y el no menos inescrupuloso Fulgencio Batista, quienes justificaron sus escándalos de malversación y robo del erario público con sustanciosos planes de obras públicas. De esta época quedaron para siempre en ti el Palacio Presidencial, el Capitolio Nacional, la terminación del Malecón, los túneles bajo el río Almendares y el gran túnel de la bahía, así como un sinnúmero de edificios, hoteles, parques y carreteras, que dieron notoriedad arquitectónica a tu imagen.

Ante la caótica situación política que suponían las mencionadas dictaduras, surgieron también movimientos populares para defender la justicia en tus predios y en los de todo el país. Es así cuando a fines de la década de los 50, un joven de verde olivo, llamado Fidel, abrió tus puertas con la victoria definitiva ante el régimen que imperaba.

Este hito también sería otro punto importante de inflexión para tu historia, ya que la Revolución trajo una serie de cambios que te marcarían por siempre. Así, desde los primeros años, Cuba convulsionó en proyectos ambiciosos de todo corte: social, político, cultural…, muchos de ellos mirados desde la lupa de un país que es su capital.

Entre ellos destacan, en los primeros años, la firma de la primera Ley de Reforma Agraria, que asestó un golpe mortal para el latifundio existente en la Isla, así como la fundación de instituciones culturales con acceso para todo el pueblo. Entre estas, se hicieron símbolos de tu segunda juventud el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), la Casa de las Américas, el Teatro Nacional, la Orquesta Sinfónica Nacional y la Imprenta Nacional de Cuba. Esto, sumado a la campaña nacional de alfabetización que gozó la Isla desde 1961, consolidaron las bases de un pueblo, no solo mínimamente instruido, sino culto.

En este mismo decenio, uno de los hechos que te estremeció como ciudad y como patria, fue el estallido del vapor La Coubre en el puerto. Este hecho marcó un largo y triste camino de sabotajes hacia la naciente Revolución. Fidel, en la despedida de duelo de las víctimas, lanzó por primera vez la consigna Patria o Muerte, y fue tomada por el destacado fotógrafo Alberto Korda, la icónica imagen del Che.

Otros acontecimientos relevantes fueron las nacionalizaciones de empresas extranjeras y la conversión de cuarteles en escuelas públicas. Asimismo, fuiste orgullosa protagonista de la Primera y Segunda Declaración de La Habana, documentos de importantísima trascendencia histórica que te situaban en la vanguardia del panorama político del país.

No antes de presenciar la proclamación del carácter socialista de la Revolución y la histórica victoria de Playa Girón y derrota del plan imperial, que como nunca antes movilizó también a tus hijos.

En tu rol de capital épica de Cuba y de su Revolución fuiste testigo también de otra hora cumbre en la historia, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear, en aquel clima de tensión recordado con el nombre de Crisis de Octubre.

Desde entonces, has sido sitio de festivales, congresos, cumbres, eventos multideportivos, visitas papales, terreno de paz para los que luchan, manantial de cooperación y casa abierta para los pobres del mundo, que se aventuran a tu suerte.

Hoy, un grupo enorme de hombres y mujeres te remiendan las esquinas y te ayudan a seguir creciendo. Las huellas del tiempo te tocan, pero solo de lejos, y en tus arrugas hay tanta belleza, que a veces cuesta entender por qué no nos acostumbramos a un edificio nuevo, a un tendido eléctrico moderno, o al cemento fresco en el muro de tu malecón. Apaga las 500 velas en el día de tu santo, pero, por favor, no te apagues tú.

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