Un Padre honorífico

Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la PatriaGuantánamo.- Era abogado, sacrificó sus bienes por la independencia de su Cuba al liberar a sus esclavos en su ingenio La Demajagua y conminarlos a luchar por la libertad que los españoles tenían amordazada. Fue el primer presidente de la Republica en Armas, no por azar  Carlos Manuel de Céspedes es el Padre de la Patria.

La proclamación del inicio de la lucha ar­mada como la vía para obtener la emancipación y con el propósito de eliminar la esclavitud, es sin dudas su aporte más significativo.

Desde el 10 de octubre de 1868 ocupó el mando político-militar de la Re­volución hasta su deposición por la Cámara de Representantes en 1873, enfrentó a cuatro experimentados Ca­pitanes Generales: Francisco Lersundi y Or­mae­chea, Domingo Dulce y Garay, Antonio Fer­nán­dez Caballero de Rodas y Blas Villate de la Hera.

Todos ellos arremetieron con recursos militares muy superiores a los de las fuerzas mambisas para tratar de exterminar la insurrección, también enviaron comisiones con la esperanza de pactar la pacificación, pe­ro no consiguieron doblegar la voluntad de Cés­pedes, para quien la paz estaba ligada a la independencia de Cuba, convicción que defendió hasta su muerte en su último y desigual combate el 27 de febrero de 1874.

En una ocasión su hijo Oscar, de 21 años, fue hecho prisionero por las fuerzas españolas;  a cambio de salvar la vida del joven teniente, le propusieron deponer las armas con garantías de salir del país por el lugar que él escogiera. Pero Céspedes refutó: “… Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueren por nuestras libertades patrias.”

Una vez depuesto de su cargo de presidente debido a las constantes desavenencias entre los compatriotas y a la espera de un salvoconducto que jamás llegó, se trasladó hacia en San Lorenzo, en plena Sierra Maestra,  donde enseñaba a leer y escribir a los niños.

Aquel fatídico 27 de febrero, lo alertaron de la presencia enemiga, trató de escapar desplazándose con dificultad, dos veces se detuvo para disparar contra sus perseguidores hasta que la columna de soldados españoles le dieron alcance y ya herido de muerte rodó cuatro metros barranco abajo. Tal y como lo había advertido: “Nunca vivo me tomarán prisionero”.

Y se hizo inmortal Carlos Manuel de Céspedes, el mismo que prefirió ver a su Bayamo hecho cenizas antes que en manos de los colonizadores, el que en los momentos difíciles del combate de Yara, cuando se quedó con solo doce hombres, afirmó que eran suficientes para seguir la lucha y alcanzar la independencia.

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