Todo lo que hagamos por él es poco

Los mismos laureles que lo vieron pasar en 1959 siguen allí, con las raíces más hondas tal vez, pero ajenos al tiempo. Esos árboles viejos de la carretera central que conduce al municipio habanero del Cotorro cuentan la historia desde fotos históricas tomadas aquel 8 de enero, otra vez dieron sombra al Comandante Fidel; y el mismo abrazo de pueblo lo recibió.

Gente, mucha gente: estudiantes, niños, amas de casa, campesinos, obreros e intelectuales dijeron adiós al líder desde ambos lados de la vía en el primer pueblo habanero que vio entrar la Caravana de la Libertad hace ya 57 años.

Con sus 91 inviernos a cuestas, Eliseo Sosa avanza despacio. Desde el pedacito de acera donde espera a Fidel cuenta cuando lo vio pasar junto a los barbudos en 1959 y fue testigo del abrazo entre el Comandante y su hijo Fidelito.

«Aquello fue tremendo —dice y se aferra a su bastón. Era la ternura de un padre por su pequeño y el cariño de un líder por su pueblo, dos amores muy parecidos». Y tampoco olvida Eliseo cómo los trabajadores de la cervecería salieron de la fábrica para rodear a los rebeldes.

«Los saludaban y gritaban el nombre de Fidel muy contentos. Querían darle unas cervezas, pero el Comandante dijo que no, que si acaso una malta. Y mira, hoy por segunda vez estoy aquí por él, porque todo lo que hagamos por Fidel es poco», afirma.

No se cansan los labios de lanzar besos a su foto de guerrillero con mochila y fusil; y al paso del yipi verde que lo lleva, todos miran como grabando el momento para siempre, y muchos saludan a la espera de una orden suya.

«Aquí mismo lo esperé; y volví hoy, pues lo llevo en el corazón hasta mi muerte. Había muchos cubanos aquel enero igual que hoy, todos esperándolo», narra Armando Díaz Méndez, otro de los jóvenes que en aquellos días de triunfo naciente vieron de cerca a Fidel.

Eda Reynaldo no tuvo esa suerte. Aún no había nacido cuando Fidel bajó la libertad desde la Sierra, pero no por ello dejaron de juntársele muchos recuerdos del líder cuando hoy lo miró pasar.

«Ver esa cajita vestida con nuestra bandera fue como un destello. Tengo tantas cosas por dentro, pero lo único que pude decirle fue: Hasta siempre, Comandante; mientras todos a mi alrededor gritaban: ¡Fidel, Fidel, Fidel!», comenta.

«Yo me quedé inmóvil, casi sin poder creer todavía que Fidel murió», me asegura la joven de 21 años Sheila Licea.

También la novel sicóloga Katherine Porto, de 25 años, le dedicó al líder un saludo triste, pero optimista. «Sentimos mucho dolor, porque los jóvenes cubanos lo queremos mucho. Él abrió para nosotros todos los caminos y, precisamente por eso y sus enseñanzas diarias, hoy somos su relevo. Ahora nos toca seguir sus huellas, y seguiremos batallando», asegura.

La caravana marcha hacia atrás; avanza rociando tristeza, ausencia y presencia insomne. No son pocas las miradas humedecidas. No fueron pocas las voces ahogadas en el momento de dar una entrevista. Somos muchos los cubanos que hemos llorado a Fidel, pero como los laureles que lo recibieron ya por dos ocasiones, seguiremos aquí, con su luz, con las raíces más hondas aferradas a su historia verde olivo y desafiando una vez más al tiempo.

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