Todavía quedan guapos en Yateras

 La doctora Lisandra Frómeta en su consultorio de Palenque en Yateras. Foto: Gisselle Morales Yateras, Guantánamo.- Uno lo ve así, inofensivo entre las piedras, dejándose cruzar de dos zancadas, y no es capaz de imaginar que el río Palenque, en el municipio guantanamero de Yateras, se ensanche tanto con el primer aguacero.

Los vecinos que viven en sus márgenes lo describen cinematográficamente: es cuestión de que llueva, el agua se escurra de las lomas y venga a parar al cauce que, de repente, deja de medir unas cuantas pulgadas de ancho para abarcar cientos de metros. Se vuelve entonces una gran empalizada que arrasa con lo que encuentre a su paso: sembrados, caminos, carretones mal puestos…

No es que lo cuenten los guajiros, que tienen fama de fabuladores y exagerados; es que lo gritan a todo pecho las marcas que el propio río ha ido tallando en las orillas. Marcas de las crecidas que han conformado la peculiar topografía de aquellos recónditos parajes de Yateras.

La última gran avenida la tienen fresca en la memoria: cuando los vientos huracanados de Matthew mordieron con saña el extremo oriental de Guantánamo, en las montañas de Yateras cayó un diluvio. A pique se fue el puente que enlaza a la cabecera del municipio con la capital provincial, y loma arriba todos los ríos crecieron.

Más de 15 días estuvieron incomunicados los pobladores de Palenque Arriba, una comunidad a la que se llega después de cruzar siete veces el mismo río. Más de 15 días con sus noches, con sus respectivas angustias y, gracias al personal médico, sin ninguna emergencia sanitaria.

«En el territorio están identificados los asentamientos que se incomunican —explica Faustino Harriete González, director municipal de Salud—, por lo que se activaron los mecanismos establecidos y se reforzó la asistencia y la disponibilidad de medicamentos en esos lugares de difícil acceso».

Y por difícil acceso Faustino se refiere a buena parte de Yateras, uno de los municipios guantanameros incluidos en el llamado Plan Turquino por razones obvias: sus habitantes viven a más de 500 metros sobre el nivel del mar, en las laderas y los valles y las empinadas cuestas del macizo Nipe-Sagua-Baracoa.

Dos policlínicos y 30 consultorios garantizan la atención médica a más de 17 700 pobladores, una infraestructura que ha venido ajustándose no solo a los procesos de reorganización y compactación de los servicios de Salud, sino también a la particular geografía de la zona.

De todas sus instalaciones, acaso la más renombrada sea el policlínico Fausto Favier Favier, fundado como hospital rural en 1962 por el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien incluso plantó frente a la institución una caoba africana que hoy el pueblo exhibe por su valor simbólico.

Pero el Fausto Favier Favier es apenas la columna vertebral de un sistema de Salud con tantas ramificaciones como pacientes hay en Yateras.

De ello está segura Lisandra Frómeta Mar­tínez, la doctora del consultorio enclavado en Palenque Arriba, quien ya lleva un año y tres meses deslumbrada con el paisaje de la región y, sobre todo, con el alma de su gente.

«Hasta aquí no es fácil trasladarse —co­menta—; hay que venir caminando entre las piedras o a caballo o en un jeep bueno, pero las personas, desde el primer paso del río y hasta El Justal, son muy solidarias. Si pudiera, me quedara aquí mucho más tiempo».

Por si se puede quedar, o para que tenga confort el personal médico que venga, una brigada de mantenimiento de la dirección municipal de Salud le sustituye al consultorio la carpintería de madera, bastante deteriorada, por puertas y ventanas de aluminio. En yunta de bueyes se suben los materiales y los vecinos de la comunidad ayudan a descargarla.

«Aquí arriba somos un gran familia —asegura rotundamente Yumislaidy Batista Ro­dríguez, la delegada—, a la hora de la verdad todos halamos parejo».

Halando parejo se dan botella a caballo hacia la cabecera del municipio —el trayecto de los siete pasos de río—, consiguieron que Etecsa les colocara un teléfono público adosado a la fachada del consultorio médico y se movilizan para adecentar un poco el camino, aunque venga luego el temporal, haga crecer el Palenque y les llene los trillos recién desbrozados con las piedras de los arrastres.

Porque, eso sí, si algo tienen en común los caseríos encaramados en esas montañas es el clima, tan fresco todo el año que no parece Cu­ba, y la convivencia con una red fluvial que, además de dejarlos aislados de cuando en cuando, también forma parte de su idiosincrasia; hombres y mujeres labrados a voluntad de los ríos Toa, Palenque, Yateras y decenas de riachuelos sin nombre y sin otra función que la de anegar la tierra, hacerla próspera.

Aun así, pese a la fertilidad del suelo, a los médicos y enfermeras desperdigados por aquellas lomas preñadas de historia y a la filosofía de halar parejo; pese a todo ello, no es como coser y cantar mantenerse aferrado a las montañas, vivir con el sobresalto de los ríos crecidos y la espada de Da­mo­cles de la incomunicación a la vuelta de un aguacero.

La suerte es que, para lidiar con eso y con lo que venga, todavía quedan guapos en Yateras.

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