Guantánamo.- Desde hace unos días una noticia que levanta criterios diversos es la militarización de la frontera entre Estados Unidos y México con miles de efectivos en la parte norteamericana para aspirar a frenar el flujo migratorio hacia el país vecino, codiciado destino para muchos.
Sin embargo, llama la atención que esto suceda justo ahora, que las autoridades estadounidenses tomen acciones para intentar controlar la entrada de migrantes a su país, cuando por tanto tiempo las travesías por esa región ocurrían casi con normalidad, a la vista gorda de todos, con mecanismos, de dudosa legalidad algunos, que lo facilitaban o que, por el contrario, se aprovechaban de las personas que tenían el interés de llegar a tierras de las maravillas, al costo, muchas veces, de sus propias vidas.
Los medios de comunicación han contado cómo familias enteras abandonaban sus hogares para encaminarse hacia Estados Unidos, con argumentos diversos como diversas son las personas, pero asumiendo que se merecían vivir en aquel país. En no pocas oportunidades hubo quienes se quedaron en el camino, afortunadamente otros llegaron para poder cumplir su sueño americano. Pero era insostenible ese flujo, no podía ser eterno. Por eso es tan lógico que ahora pretendan extremar el control sobre la entrada de personas por esa vía irregular, veremos cuánto dura la racha, pues no es la primera vez que sucede que se proponen frenarlo.
Un hecho muy real es que desde que se anunció la fecha en la que expiraría el famoso Título 42 para que nuevamente entrara en vigor el Título 8, muchísimas personas apuraron su tránsito para cruzar la ansiada meta antes del 11 de mayo. Era muy pronto, por eso se adivinaba que la turba alcanzaría cifras enormes y alarmó a las autoridades estadounidenses que ya, de hecho, están preocupadas por la cantidad creciente de migrantes con status variables circulando en su país.
Ahora, no es suficiente querer resolver el aprieto con miles de soldados apostados en la línea limítrofe porque, además, esa no es la única manera utilizada para entrar. Tampoco basta insistir en informar que las fronteras no están abiertas y que por lo tanto será devuelto cada individuo que no cumpla los requisitos.
Esa flexibilización en las leyes estadounidenses, más marcada desde que el Título 42 estuvo vigente por la emergencia sanitaria, provocó que se agudizara el éxodo masivo cuando pensábamos que no era posible aumentar más la obsesión popular por aquel país. Por ende, con la pandemia de Covid-19 grupos numerosos de personas abandonaron todo en sus casas, sus vidas y proyectos, para probar suerte y entrar en lo que consideran su mejor destino; y ahí están las imágenes de la masividad, increíbles materiales que registraron cómo demasiadas personas burlaban cualquier obstáculo por llegar a la zona fronteriza.
Este fenómeno no es nuevo. La migración existe desde que existe el hombre. Cada caso es particular y no es posible encontrar un culpable o un móvil específico para evaluar el contexto. Pero en este problema, sobre todo en la motivación personal, incide considerablemente el propio comportamiento de Estados Unidos, sus normas, su modo de actuar, sus campañas que de manera subliminal promueven la migración mientras atacan otras realidades y formas de vivir.
Por supuesto no se puede negar su tremendo desarrollo económico que nos gusta a todos, tampoco se pueden desconocer, jamás, las crisis financieras, políticas y sociales que impulsan a buscar alternativas o escapar de contextos realmente complejos para muchos. A pesar de eso, la actitud del gobierno estadounidense me parece de doble moral, oportunista, e incluso de desesperación.
Desde hace un tiempo los hechos me sugieren que se quieren sacudir el caos generado por la sobremigración, y no encuentran el modo. Aunque es un país enorme, es lógico que en algún momento colapse. No basta que los migrantes sean la mano de obra barata, y que resuelvan un gran vacío gracias a la disposición de los recién llegados para emplearse en cualquier función por tal de subsistir. No basta porque no es lo único que les llega. Como mismo reciben tantísimos profesionales y gente resuelta a superarse, también entran vagos, delincuentes, todo tipo de personas, y esa lacra no la quiere nadie. También sucede que no existe manera de ofrecerles ayuda a todos, principalmente al inicio, que es cuando más desvalidos se encuentran, hasta que se encaminan.
No obstante, ¿qué podrán hacer aquellos que ya se encontraban próximos, o que tenían en sus planes desde hace rato agotar esa vía para solucionar sus inquietudes, para buscar nuevos horizontes? Probablemente ellos ignorarán las advertencias y con más cuidado se las agenciarán para ingresar a Estados Unidos con la fe en conseguir llegar a destino, aunque dejen la piel en el camino. No les importará el Título de turno, el muro que quieran levantar alocados presidentes, o las promesas de otros. Quizás eviten puntos neurálgicos como El Paso, Brownsville y Laredo, puede que intenten evadir los caminos menos seguros, pero emplearán todos los recursos humanos en ello.
No creo que los políticos estadounidenses logren cortar de un tajo este asunto. No servirán leyes, barreras ni manos duras. Tampoco la solución es abrir de par en par.
Tomado de Cubasí