«Seguimos aprendiendo más que enseñando»

Imaginándose historias en universos de fantasía, como en su niñez, cuando recreaba escenarios usando cajitas y reflectores con linternas, así da vida Zenén Calero a muñecos, escenografías, vestuarios y luces. Él sueña, piensa mundos repletos de figuras animadas. Es, según sus propias palabras, «un visionario».

Su contraparte en la vida y el arte, Rubén Darío Salazar, se define como la unión de «la dinámica de un zunzún con el brío de un caballo», revoloteando de un lugar a otro «en busca del néctar vital, con el paso firme de los corceles y la mirada hacia todos lados. Un hombre con el alma inclasificable de un títere. Un títere muy feliz».

Esa magia resultante de la mezcla de estos dos espíritus creadores e incansables, es el cimiento de Teatro de Las Estaciones, uno de los grupos titiriteros más representativos de los retablos cubanos de hoy.

El éxito de esa compañía se debe también a que ambos directores creen que «la fortaleza de una agrupación teatral es, sobre todo, la conformación cultural y humana de sus líderes. Teatro de Las Estaciones ha sido, es, una escuela abierta, no rígida, insiste el reconocido diseñador Zenén Calero.

Si algo hemos aprendido Rubén y yo en este cuarto de siglo es a apretar y a aflojar, según lo dictan las condiciones y situaciones cotidianas. Seguimos aprendiendo más que enseñando», a lo que Rubén Darío, graduado como actor en 1987 en el Instituto Superior de Arte, agrega que los dos apuestan por «esa locura de géneros y tendencias que ha redundado en una fuerza que no sirve para coartar, sino para buscar mil y una posibilidad en el arte».

Los fundadores de Las Estaciones iniciaron sus carreras profesionales en los retablos del grupo Papalote, en la provincia de Matanzas. Para Zenén, su trabajo en el entonces Teatro Provincial para niños y de títeres, fue un proceso de enseñanza invaluable. «Paso a paso, aprendí allí, y en mi intercambio con otros artistas, a ser el creador que ahora soy».

Rubén Darío llegó a Teatro Papalote para realizar su servicio social, como le había recomendado la reconocida narradora oral

Mayra Navarro. Allí tropezó con «el universo Calero, porque Zenén tiene su propio cosmos. Todo lo que toca se transforma en poesía visual, como una especie de Rey Midas que no se conforma solo con convertir las cosas en oro, sino que las dota de los colores y las texturas oportunas. Era un joven con muchas cosas por decir, descubrir y experimentar. Lo mismo me sucedía a mí».

«La entrada de Rubén Darío a Papalote –recuerda Zenén– fue un movimiento telúrico: preguntaba todo, opinaba, hacía sugerencias. Fue como un remolino que me atrapó. Lo seguí en sus primeras incursiones en la dirección artística en el Teatro Sauto.

Me ayudó a preparar mis primeras conferencias de diseño escénico, mis primeros talleres para profesionales. Empecé a descubrir las riquezas conceptuales de mi profesión, el alcance ilimitado de un oficio donde lo mismo podía hacer ilustraciones para libros, carteles eventos, moda, vestuarios para la televisión o para una compañía danzaria. Con su formación académica trataba siempre de explicarse el porqué de cada cosa y eso me encantó».

El choque de estos universos dio como resultado el surgimiento, en 1994, de Teatro de Las Estaciones, a quien Zenén cataloga como su «segunda escuela y una especie de ventana gigante hacia el mundo». A pesar de que en ese momento fundacional Cuba atravesaba una compleja situación económica y social, ambos capitanes navegaron con seguridad y apoyándose mutuamente, otra de las fortalezas de este dúo transgresor.

«Cada trabajo de dirección artística que proyecté, tuvo en Zenén respuestas plásticas maravillosas», reconoce Rubén Darío, hecho que es evidente para el público, pues la compañía ha logrado una destacable sinergia artística que envuelve con su halo a espectadores de todas las edades.

Para este grupo matancero, lo principal es «la seriedad al asumir el diseño, la música y los textos», más allá de que el trabajo esté dirigido a los niños o a los adultos. «Nunca hemos hecho mucha diferenciación entre un público y otro, a no ser con los temas a tratar en escena. Vamos a fondo, ya sea al abordar un cuento inocente o una historia picante.

Vamos a por un teatro de arte, como entrar en un laberinto buscando la salida con una luz en la mano. Me encantan las cosas difíciles, lo fácil lo hace cualquiera», señala Calero, quien cuenta con una vasta experiencia como diseñador en espectáculos danzarios, teatrales, modas, televisión, carnavales, ilustraciones para libros, carteles.

De ahí que Salazar, también director general del Teatro Guiñol Nacional, lo secunde al afirmar: «De José Martí a Federico García Lorca. De Dora Alonso a Javier Villafañe. De René Fernández a Norge Espinosa. Así hemos ido abordando nuestras fábulas. De Debussy a Miguel Matamoros.

De Chaikovski a Bola de Nieve. Parecen saltos abismales, pero de los cobardes no se ha escrito nada y es por eso que estudiamos a fondo cuando iniciamos un proyecto, ya sea para grandes o para chicos. El teatro de títeres nunca fue asunto de niños, sino una forma de obtener ganancias durante el siglo xx».

Esas fórmulas develadas por Zenén Calero y Rubén Darío Salazar, unidas a su talento y trabajo incansable, son, definitivamente, los puntales que sostienen a Las Estaciones como la agrupación líder del teatro de figuras animadas en la Mayor de las Antillas, y que ha llevado a sus directores a ser reconocidos en numerosas ocasiones dentro y fuera de nuestro caimán.

La noticia del Premio Nacional de Teatro 2020 sorprendió a Zenén enfrascado en el trabajo escenográfico de la miniserie televisiva El mundo de los títeres, idea surgida a partir de la labor de estos artistas en las redes sociales durante los meses de aislamiento que vive el país a causa del azote de la covid-19. 

«Desde hace varios años, tanto Rubén Darío como yo, hemos sido nominados a ese honroso galardón, pero como existen tantos prejuicios con la edad de los laureados en nuestro género titiritero –aunque no soy ningún niño–, me encontraba un poco escéptico. Ahí está, lo ganamos y lo ganamos juntos. Pienso disfrutarlo sin que ello cambie para nada mi inquietud de aprendiz, los sueños acumulados, todo lo que nos falta por hacer».

Rubén Darío estaba editando en los Estudios de Animación del Icaic el teleteatro Todo está cantando en la vida, un recital de afectos para Teresita Fernández, basado en un montaje de los artistas. «De momento una llamada –narra el director– y la voz de Carlos Díaz entrecortada.

En lo poco que pude entender se deslizó la palabra premio, pero Carlos, a quien nos une una amistad y admiración desde finales de los años 80 hasta hoy, es muy bromista y colgué. Luego me llamó la vicepresidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y me confirmó la noticia».

«Estar vivos teatralmente–asegura Rubén Darío– haciendo la historia en presente, no como repaso de glorias y dolores, tiende a la polémica. La vida sería muy aburrida sin los vaivenes históricos de aquellos que quieren y no pueden, casi siempre sepultados por aquellos que no solo quieren, sino que también luchan de manera limpia, de frente. Es eso lo que nos da fuerza para seguir, insistir, triunfar e iniciar nuevas conquistas». 

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