¿Quién pierde cuando se atenta contra los vínculos culturales?

Si al principio sentí una mezcla de indignación y estupor al leer el memorando firmado esta semana  por el presidente de Estados Unidos Donald Trump, que restringe drásticamente la participación de entidades federales en programas de intercambios educativos y culturales con Cuba y otros tres países, una segunda lectura me llevó a pensar en cuánto perderá el propio pueblo estadounidense al verse privado de contactos provechosos para la vida espiritual.

Indigna, por supuesto, saber que un estadista manipule la cultura a favor de sus intereses hegemónicos. Trump, lo sabemos, no destaca precisamente por entender la cultura como factor imprescindible para el desarrollo social ni siquiera para sí mismo. Cuando le preguntan por lecturas, no menciona ni de pasada una novela o un poema, y más de una vez se ha referido como libro de cabecera a El talento está sobrevalorado, de Geoff Colvin, subtítulado Lo que realmente separa a los líderes de primera clase del resto del mundo. Cuando más reparte citas de El príncipe, de Maquiavelo, y El arte de la guerra, de Sun Tzu. Pero no los ha leído, solo repite fragmentos seleccionados por sus asesores.

No puede ser más delirante la idea de asociar el bando de prohibición de intercambios educativos y culturales con el tráfico de personas. Qué tiene que ver el corte de fondos federales para propiciar  foros académicos, exposiciones de arte, organización de conciertos con que los países incluidos en el edicto imperial «cumplan con los estándares mínimos de la ley para la eliminación del tráfico humano o hagan esfuerzos significativos para cumplir con los estándares mínimos». Es la política del non sense (sin sentido) llevada a planos estelares.

En el caso de Cuba, el 5 de junio último la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro y el Buró de Industria y Seguridad (BIS) del Departamento del Comercio de los Estados Unidos, anunciaron que se eliminarían las licencias generales para los viajes educativos grupales «pueblo a pueblo».

Todo responde a una realidad que las bravatas no podrán revertir. Se ha hecho pública y notoria la rabieta de los elementos anticubanos cercanos a la Casa Blanca ante la libre determinación de un pequeño archipiélago vecino de decidir el rumbo sobre su política exterior, su conducta internacionalista y solidaria, elegir amigos y no ceder ante presiones ni chantajes de ningún tipo.

Pero es triste constatar que ni a Trump ni al entorno que lo incita a dictar erráticas proclamas les importa la cultura de los suyos. Prueba al canto, la asignación presupuestaria para el año fiscal venidero destinado al Fondo Nacional para las Artes y el Fondo Nacional para las Humanidades (NEA y NEH por sus siglas en inglés).

Desde que tomó el mando del Despacho Oval, Trump se ha encargado de demostrar su rechazo a estas instituciones, por lo que ha recortado los montos de dinero para sus operaciones. Es más, según quedó escrito en la fundamentación para la ley presupuestaria de 2020, «la Administración no considera que las actividades de nea o neh sean responsabilidades federales centrales». A la vez, propone la eliminación de los fondos del Instituto de Servicios de Museos y Bibliotecas.

Richard Ford, escritor estadounidense con éxitos de ventas y para nada afiliado al pensamiento de izquierda, definió con estas palabras el perfil del mandatario: «Tener de presidente a Donald Trump se parece mucho a dejar que tus hijos anden por ahí con malas compañías (…). Los niños, sometidos a una influencia corruptora, acabarán casi con certeza haciendo algo realmente malo, y puede que irreparable, y acaso hasta lleguen a arruinar su vida».   

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