Guantánamo. – De puntillas de puntillas para no despertar sospechas el pequeño niño subió las escaleras que acceden a la azotea de la casa. Miró hacia todos lados, escudriño cada centímetro. Nada llamó su atención. Entonces, vislumbró unos frascos en el techo de la vecina. Lo tomó y llevó hacia el interior de la vivienda. El contenido era una tinta negra que comenzó a regar por la cocina, el cuarto de lavado, e incluso él mismo se convirtió en una propuesta de grafiti.
Todo estaba tan silencioso que la abuela comenzó a sospechar y dejó de conversar con la vecina. Pero, ¡qué sorpresa la de ella al descubrir al pequeño como el personaje del negrito en el teatro cubano! Rápidamente buscaron la fuente de la travesura: Era tinta de imprenta, algo muy difícil de eliminar.
Esta es una historia real. Producto de la imaginación e inventiva de los pequeños. Si bien son una bendición, a veces nos ponen en cada apuro, que llevan a sus padres a respirar profundo y tratar de resolver el enigma.
Luego comienza la muy temida, simpática y agobiante etapa de los ¿Por qué? Por ejemplo: ¿Por qué se llama elefante? ¿Por qué mamá tiene esos melones en el pecho y yo no? ¿Por qué los niños y las niñas somos diferentes? ¿Cuándo se va a la escuela? ¿Por qué los abuelitos tienen una tercera pierna? ¿Papi, qué dice en ese cartel? ¿Mami, es verdad que me trajo la cigüeña?
Es en ese momento cuando te halan de la camisa o la blusa, de manera insistente, como si el mundo se estuviera acabando. No importa si interrumpen una conversación entre adultos, si cruzas la calle, o estas en una la cola. La pregunta solo viene, te sorprende, y ¡hay de ti, si no la respondes! Tampoco sirve molestarse, desde su altura te miran con tal inocencia y candidez, que te hacen olvidar la premura e incluso tozudez con que preguntan. Aparece entonces, el conocido aro dorado que llevan los ángeles sobre su cabellera, algo que llevarán incluso cuando no sean tan buenos niños y crucen los deditos que esconden tras la espalda.
Si un niño travieso se queda callado mientras esta solo, preocúpese. Algo está haciendo que no debería. Puede que lo encuentres lleno de pintura, encendiendo un fósforo, tratando de insertar las tijeras dentro de las canaletas de la electricidad, pellizcando a su hermano menor, encaramándose sobre una escalera improvisada para alcanzar golosinas, en fin, los niños tienen una imaginación amplia, para ellos nada es imposible. Todas las ideas que llegan a su mente pueden materializarse.
Cuando lo sorprendes en una de estas travesuras descubres cuanto ha crecido y piensa de manera independiente, tratando de solucionar esas problemáticas que llegan a su mente. La reacción más normal para un padre o una madre ante este tipo de incidentes es molestarse. Cuando se reiteran y no sabes cómo hacer que paren, rezas a todos los santos católicos y yorubas, para que se convierta en el ángel, que aparenta ser el hijo del vecino.
El niño mientras crece busca su identidad. Primero mira a sus padres, luego al entorno dónde vive; estos son sus referentes más inmediatos, que en cierta medida, determinarán su comportamiento en la escuela y la comunidad.
Si desde pequeño juega con niños más grandes, aun cuando no tenga el mismo tiempo de vida que ellos, le resultará fácil comportarse como si tuviera más edad. Entonces llegan las expresiones de asombro, que a su vez, resultan afirmaciones y preguntas implícitas, ¡¿cómo sabe ese niño?! ¡¿Qué le enseñarán sus padres?! ¡¿Qué pesado es?! Incluso algunas personas llegan a decirle a los suyos, que no quieren al infante en sus casas y prohíben al niño cualquier acercamiento con el vecino “malcriado” o tal vez más “sabichoso”.
No se engañe. Todos los niños requieren la misma atención, incluso el más “tranquilo” puede hacer travesuras y estás le tomaran desprevenido. El juego, las ideas y acciones alocadas, los por qué, las llamadas perretas, los pleitos con los(as) amiguitos, las explicaciones sorprendentemente coherentes forman parte de su vida, y tiene un papel importante pues determinarán en un futuro su personalidad.
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