Las colas…, o el cuento del nunca acabar

Al poner en la palestra pública, una vez más, el tema de las colas y los coleros, la desorganización en la gestión de las ventas, el tiempo que las personas pasan de pie en la calle esperando un turno que, incluso, muchas veces no llegan a alcanzar, pudiera parecer que estamos hablando de una cuestión en la cual llueve sobre mojado. Sin embargo, siguen sonando las alarmas y los reclamos de la población.

En un escenario muy complejo en el país, ante la aparición de nuevos focos de transmisión de la COVID-19 y el enfrentamiento constante a las indisciplinas sociales e ilegalidades, el fenómeno de las colas adquiere matices aún más preocupantes si tenemos en cuenta que se violan a la vista de todos, medidas concebidas, precisamente, para ir cortando de raíz las ramificaciones de este problema.

Según anunciaron las cadenas CIMEX y Tiendas Caribe hace algunas semanas, los establecimientos comerciales no pueden iniciar la venta sin antes informar a los clientes, en tablilla y de forma visible, las ofertas y sus precios por unidad. Asimismo, debe comunicarse a quienes están haciendo la cola la disponibilidad de los productos que quedan y no esperar a que se agoten para brindar esos datos.

Sin embargo, esto muchas veces se incumple, causando molestias innecesarias a los clientes y aumentando la teoría del rumor y de lo que pudo haberse vendido o no realmente, sobre todo cuando, a ojos del consumidor, no coinciden las cantidades que vieron descargarse, y lo que fue despachado horas después.

Esto provoca que se generen criterios que se repiten de boca en boca, y que pueden tener o no respaldo, pero que dejan en entredicho el desempeño comercial de los trabajadores del sector.

No debe admitirse que, si el cliente reclama su derecho a conocer las cantidades en almacén o nevera que van a comercializarse en el día, la respuesta sea que irán pasando los primeros 50 o cien de la cola, para luego contabilizar lo que va quedando, cuando esas mercancías deben facturarse una vez recibidas.

Más allá de los conocidos chismes de «pasillo», de lo que escuchamos decir al vecino o leímos en una publicación en Facebook, esta reportera ha constatado tales realidades.

Porque lo he vivido, puedo expresar el malestar que generó en muchas personas la venta de pollo en la trd El Eléctrico este último fin de semana, debido a que no se informó, desde un primer momento, las cantidades que podían llegar a venderse en el día; lo que llevó a que no pocas personas hicieran una cola de más de seis horas… en vano. Tampoco es aceptable que dicha unidad cesara sus ventas un domingo a las 12:30 p.m., y no a la 1:00 p.m. –como está establecido–, porque había que «cuadrar la caja».

Sin embargo, no se trata de un hecho que se circunscribe a un solo lugar, y mucho menos a la capital. Los propios lectores dan fe de ello en los comentarios que llegan a la redacción de este periódico, desde cualquier rincón del territorio nacional.

Resulta entendible que los trabajadores de las tiendas tienen que cuidarse de la COVID-19, cuidar a los suyos, y que, ante la limitación del transporte público y la restricción de movimientos en La Habana, les preocupe cómo llegar a sus hogares, especialmente, si no residen cerca del lugar donde laboran. Asegurarles tales condiciones de transportación resulta igual de importante que ofrecer un servicio de calidad a la población, pero en ninguna circunstancia, la ausencia de esas garantías puede convertirse en una razón para acortar los horarios de servicio.

Como colofón, y no por ello menos importante, está el modus operandi, que en los últimos días han empleado algunas personas, ganando en experticia para escabullirse y hacer de la oscuridad su mejor aliada, y así marcar en las tiendas para ellos, y otros tantos, desde mucho antes de que cante el gallo.

Se necesita que las colas se hagan de forma presencial y prohibir que una persona pueda marcar para cuatro o cinco más, pues por ese agujero se van los coleros, revendedores y las ilegalidades.

Si de 7:00 p.m. a 5:00 a.m. está prohibida en la capital la circulación de personas en las vías públicas, ¿cómo es posible entonces que a las 5:10 a.m., ya exista una cola para comprar alimentos o aseo de casi 200 personas?

Cuando la responsabilidad individual falla y aparece el descontrol como síntoma inequívoco de que las cosas no marchan bien, debe actuarse y establecer sanciones severas, como las aplicadas desde el 1ro. de septiembre en La Habana, entre las cuales se incluye la aplicación de multas contra quienes no mantengan el distanciamiento y favorezcan las aglomeraciones .

El reto sigue siendo exigir y controlar el cabal cumplimiento de esas medidas actuales y de las que vengan en pro del beneficio común, ya sea en una céntrica avenida o en una localidad periférica.

Tomado de Granma

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