Desde Guantánamo: Historias anónimas tras la Covid

Historias anónimas tras la Covid

Desde Guantánamo: Historias anónimas tras la Covid

Guantánamo. – Resulta complejo escribir estas letras en medio de una situación epidemiológica que nos toca a todos. Familiares, amigos, conocidos, maestros o incluso desconocidos enferman, se agravan, fallecen y se incrementan los casos positivos a diario.

En medio de las demandas de nuestra población para recibir atención sanitaria o medicamentos y los reclamos – en ocasiones justos – por carencia humanas y materiales, deficiencias en la organización de los recursos, vienen a mi mente tres historias. En su momento no pensé publicarlas, pero hoy lo creo necesario.

Miedo

Que el teléfono suene, en tiempos de pandemia puede ocasionar no pocos sobresaltos. Sobre todo cuando sabes después de levantar la llamada que son malas noticias. “Falleció”… Recuerdo haber escuchado y todo a mi alrededor dio vueltas por unos instantes. Todavía no asimilo del todo la realidad de un mundo en el que no esté esa persona que para mí – y para otros – significó tanto. Pienso en las familias que ahora mismo se encuentran en similar situación y me sumo a su pesar.

Tuve que regresar a mi realidad y llegarme hasta el centro de aislamiento donde tenía ingresado a mi tío – diabético, hipertenso y descompensado –. Allí la mayoría de quienes trabajan como mensajeros son jóvenes. Entre jaranas y piropos siempre me atendieron bien, sin embargo, uno de ellos me confesó:

“No vengo más aquí.” Se lo dijo como pensando en voz alta.

Yo también reflexionando le pregunté: “¿Y si todos piensan cómo tú, quien hará entonces este trabajo?”

El miedo nos inmoviliza, pero si permitimos que gane la batalla el virus campeará a sus anchas.

Entrega

Esta historia es mucho más cercana. Su protagonista es salvavidas de profesión, pero la pandemia le cambió el día a día. Primero en la pesquisa diaria, luego en el equipo de respuesta rápida de la Covid-19, realizando desinfección e ingresando a casos sospechosos y positivos.

A veces me contaba que tal o más cual paciente no quería ingresar, por estar asintomático -algunos desgraciadamente luego desarrollaban una forma grave de la enfermedad- pero ya estaban recibiendo atención médica. Eso fue antes, cuando la cifra de casos no superaba la centena, cuando era raro que alguien falleciera por la enfermedad.

Hace muy poco empezó a trabajar en el Sistema de Urgencias Médicas (SIUM) porque hay paramédicos contagiados y se hace necesario reforzar el servicio. Sabe que el peligro está mucho más cerca pero también que los pacientes necesitan ayuda.

Valor

Es médico, muy joven. Presta servicios en un centro de aislamiento. Cordial en el trato, amable ante las preguntas y dudas que le planteo. Me habla del tratamiento a los pacientes positivos, sobre todo cuando desarrollan neumonía como consecuencia del virus. Como si de nada se tratara me dice que ya se ha contagiado dos veces, la primera vez muy fuerte. Antes de la vacuna. Luego ya los síntomas muy leves. No me dice nada de las secuelas, tampoco pregunto. Sigue trabajando en Zona Roja, incluso después de eso.

Historias inconexas que muestran parte de lo que hoy se vive en nuestra provincia, dentro y fuera de los centros asistenciales. Nos hablan de emociones, de esencias humanas y de una lucha que se ha prorrogado en el tiempo, con una consecuencia de agotamiento – de recursos, de capacidad de respuesta, del factor humano – tanto de médicos como de pacientes.

Anécdotas de las que estoy segura debe haber sido testigo o incluso protagonista, que humanizan el rostro que se esconde detrás de las mascarillas, los trajes blancos, que intimidan y protegen y las distancias que marca esta pandemia que hoy nos azota.

No permitamos que el miedo nos impida cumplir con el deber. Que la entrega sea por una causa mayor, la vida y que el valor nos permita juntar la inteligencia y los esfuerzos para continuar la lucha, que aún no termina.

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