Hagamos retoñar nuevos cedros: “Hasta siempre Comandante”

Guantánamo. Cada jornada anterior de reforestación de bosques proyectada por la Unión de Jóvenes Comunistas, UJC, me llevó a la reflexión. ¿Para los cubanos es solo simbolismo  sembrar millones de cedros? No, es mucho más: es homenaje perenne, es multiplicar vidas…

En su libro “Todo el tiempo de los cedros”, Katiuska Blanco aborda la realidad con una maravillosa prosa y rememora a una singular familia de la que emergieron extraordinarios hijos.

Y cuenta en su texto la colega: “Tal vez pensó que extrañaría el monte que lo cobijó durante muy duras y largas  jornadas…  El sentimiento de apego de Fidel a aquella vida sencilla, dura y austera, de hermandad a prueba de balas, bombardeos, riesgos constantes, y sacrificios, se anclaba entre las montañas, sin imaginar lo que sobrevendría después… Vencida la ofensiva batistiana comprendió lo que sería su camino en carta a Celia: Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande… Entonces no vislumbraba que llevaría indeleble, el monte y el pueblo en la piel, sin sentir nostalgia de tanto verde húmedo y cobija de hojas, porque se convertiría para siempre en guerrillero del tiempo.”

Así cuenta la escritora sobre la única vez que Fidel visitó Birán, su sitio natal luego de largo tiempo distante de su familia:- “Un gran júbilo invadió a todos, especialmente a Bilito Castellanos. La dirección del Movimiento decidió, aquel mismo día, que él viajara a Marcané, pues como allí vivían sus padres nadie desconfiaría de su visita. Bilito  vio acercarse por el sendero carretero de una de las colonias de caña a Lina, la madre de la familia Castro Ruz. Lina andaba a caballo y él en un automóvil…”

Narran que se saludaron y Bilito le dijo que tenía que hablar con ella: “-Ah, bien mi hijo, vamos -respondió, intuyendo al verlo, algo trascendente, porque Bilito era un hermano para sus hijos y compartía sus ideales… El joven no habló nada más hasta llegar a la casa. -Vengo comisionado por Frank País, y la dirección del Movimiento en Oriente para decirle a usted que, según un emisario que llegó de la Sierra, Fidel y Raúl viven y están muy bien. Nosotros queríamos comunicárselo para que estuviera tranquila… -¡Gracias Dios mío, gracias!, -exclamó la desesperada mujer con las manos juntas en el pecho y la expresión del rostro transformada por la inmensa alegría… daba paseítos de uno a otro extremo de la casa, donde no cabía del contento, pues renacían el aliento y las esperanzas (…)”

Prosigue el texto: “Ese 24 de diciembre de 1958, avanzado ya el día, Enrique Herrera Cortina sintió el ronco sonido de los motores y los  pitazos de los carros. Nunca había visto a Fidel pero no alcanzó a decir nada cuando sintió los pasos de dos en dos, en los  tablones de la escalera de acceso a la casa, en los altos. Fidel sorprendió a Lina, sin concederle un instante para el asombro o las lágrimas. Se abrazó prolongadamente, luego de unos cuatro años de separación que por su intensidad y lo sufrido parecían mil siglos… Conversaron…  Ella se preguntaba cómo era posible aquel milagro de tenerlo allí, porque aún seguían los combates y la guerra no había llegado a su fin. Su hijo estaba junto a ella, vestido de montaña, con la sonrisa de siempre y el abrazo entrañable de sombra de cedro”.

Cuenta que Fidel llegó allí acompañado por Celia y otros compañeros y unos doce o catorce hombres armados de ametralladoras. Fue la única vez que él se alejó por unas horas del territorio donde tenían lugar los principales combates, para algo personal. Dejó atrás el escenario de la guerra; pero no sus deberes, pues desde allí impartió órdenes antes de la toma de Palma Soriano, atravesaron el llano en dos jeeps, hasta dejar atrás los Mangos de Baraguá, para enfilar rumbo a Birán, en una operación temeraria y rápida, a su decir.

Quizás el dolor inmenso que me asalta, en medio de la pérdida física del líder de la Revolución cubana,  me hayan sensibilizado más con esta lectura, pero desde que tuve el libro en mis manos, supe que pocos podrían escribir así sobre Fidel quien habló siempre – “con el deleite de la palabra exacta, fiel al sentimiento o la idea que desea expresar y en la fe de que siempre puede mejorarse, con un afán perfeccionista solo comparable a su descomunal voluntad de trabajo. Discursó largas y apasionadas conversaciones, en una plaza de multitudes palpitantes, que le siguieron en cada palabra y cada inflexión de la voz para no perder una sola de las coordenadas que adelanta al futuro o los enigmas del pasado o el presente que descifra y comparte”-.

De mis ojos brotarán lágrimas siempre que relea este contenido y la sensibilidad me hará sentir que se estira más la piel, pero a la vez el sentimiento mayor será el de seguir sirviendo, como lo hizo Fidel hasta el final de sus días, y conminar a que cada vez  hagamos retoñar nuevos cedros.

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