Salíamos de Rusia a Türkiye cuando, dentro del avión en que viajamos, los más jóvenes miembros del equipo de Comunicación de la Presidencia propusieron filmar el diálogo informal que suele producirse cuando el presidente estira piernas, saluda y conversa con sus acompañantes. Así se armó la improvisada conferencia de prensa donde Díaz-Canel nos confesó que se sentía feliz.
Cuando un hombre como él –dígase honesto, sensible y profundamente comprometido con la suerte de un país acosado– se declara feliz, hay que anotar el dato para leerlo a fondo, contrastando ese ánimo nuevo con el de otros días, meses y años en que la pregunta no cabía. Ni siquiera había tiempo para hacerla.
En esa declaración de alegría se puede sentir un extra, ese algo que todos esperamos con más fe que esperanzas desde que el avión de los hermanos venezolanos alzó vuelo sobre La Habana.
Sí, ya sé que hay muchos que piden a gritos el dato exacto, muchos que exigen, ni más ni menos que las respuestas inmediatas al “qué conseguimos”, detallado en letra de convenios firmados y fechas de cumplimiento. Si es posible hasta el itinerario de los barcos. Como si viviéramos los días de abundancia y derroche del CAME, siglas que dudo que alguien menor de 30 pueda descifrar. Como si no existieran leyes exclusivas para Cuba por las cuales pegan multas millonarias a barcos y a bancos que se atreven a desafiarlas.
Algunos postean las interrogantes en Facebook. Todo lo dicho hasta ahora les parece irrelevante. Y, al parecer, los periodistas cubanos somos unos tontos sin cura, incapaces de hacer las preguntas que hace falta hacer.
De esos demandantes que soslayan las circunstancias, aunque Ortega y Gasset lo haya advertido, no voy a quejarme. A veces nos entienden y nos compadecen. A veces no tanto.
Pero no van a negarme que a veces se dice mucho sin palabras, o con las palabras que bastan para alegrar a mucha gente: si en Argelia los acuerdos superaron las expectativas, es obvio que con Rusia, las buenas noticias escalaron a mayor nivel.
En cuanto a Türkiye, sin los antecedentes de los países que lo precedieron en la gira, su presidente Erdogan ya anunció la voluntad de superar los 200 millones anuales de intercambio que distinguen la relación de su país con el nuestro. Y por las áreas donde se proponen aumentar las inversiones, no se trata, aunque también, de compras y ventas de nuestras industrias respectivas. Hay innovación y ciencia en la base de todos los acuerdos.
Presidente cubano en su visita a Türkiye. Foto: Estudios Revolución
Todavía queda China. Es decir, un tercio de la población del planeta y un programa de desarrollo que sigue marcando la diferencia con otras naciones de similar peso.
No es éste un viaje a la tierra de Aladino, en busca de una lámpara para pedirle deseos. En cada tramo de la gira, se reúnen los líderes, se destraban negociaciones, se aceleran procesos, se proponen acuerdos nuevos ante desafíos nuevos. Hay cosas ya escritas, ya probadas que ahora tomarán la velocidad que les faltaba, pero hay otras muy nuevas, que no salen de un plumazo o un acuerdo verbal.
Acordar no es instrumentar y para que un acuerdo entre países sea efectivo, se necesitan más que firmas. Lo bueno de esta vez, parece venir de la urgencia que le ponen los impactos de tantas crisis enlazadas en el mundo de la nueva década.
Si no se ha dicho más, que no se infiera menos. Desde José Martí y la Guerra Necesaria hasta estos largos años de guerra económica sin frenos, “hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas…”. Si siempre ha sido así, por qué no lo sería ahora, cuando ya no se trata sólo de uno, sino de dos países bloqueados, perseguidos, saboteados –en Rusia, por cierto, todos comparan el bloqueo a Cuba con las políticas de cerco y presión que empiezan a sufrir ellos.
Perdón si decepciono a quienes quieren saber todo lo que tendremos pero aún no tenemos. Yo tampoco lo sé.
Pero, mientras las señales concretas de los buenos acuerdos llegan en forma de productos a la casa y a la mesa, a nuestra cotidianidad, a nuestro proyecto de vida, para aliviarnos de apagones y desabastecimientos, me ilusiona pensar pensar que un hombre como Díaz Canel, que lleva ya casi cuatro años dejando la piel y el alma en esfuerzos sin pausa por resolver los problemas de toda la nación, sólo puede declararse feliz si siente que este viaje está valiendo la pena.