Guantánamo.- Desde que supe la triste noticia de la pérdida física del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, un sentimiento indescriptible me invade. Sé que muchos me acompañan en este instante, si dudas una pérdida irreparable, pero la luz de su tiempo reconforta, porque nos enseñó siempre el camino de la constancia y la victoria.
Tuve la dicha de respirar y hasta temblar a su encuentro físico, por dos ocasiones compartí con él, apenas cuando mi niñez y juventud afloraban.
La primera en una magnífica reunión pioneril, antesala del primer congreso de la Organización de Pioneros José Martí: la Asamblea 25 aniversario. Cuando eso tenía 14 años de edad, y con su verbo explícito y genialidad acostumbrada respondía a mi inquietud sobre el interés de los pioneros de Secundaria Básica de contar al igual que los de Primaria con una semana de receso escolar.
La segunda, aun cuando no cuento con constancia gráfica fue en el Pleno ampliado de la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media, FEEM, cursaba 12 grado y para ese entonces representaba a la membresía guantanamera de esa organización como su presidenta.
Terminada la sesión clausura, mientras compartíamos todos en una cena bien retardada por lo amplio del debate, Fidel apareció de repente y procuraba a la delegación del Alto Oriente, nunca olvidaré su magnánima mano en mi hombro, su palabra inquisidora y su gran sentido del humor, y yo temblaba completa, mientras respondía a cada una de sus inquisidoras palabras.
Sin embargo, a ciencia cierta, él siempre ha estado ahí, y no en abstracto, no solo por los receptores radial o televisivo, su impronta siempre custodió mis pasos de una manera especial. Nací y crecí al amparo de su imagen colocada en la sala de mi casa como el hermano mayor, el Comandante en Jefe, como el gigante que fue y será, sembrando en mi formación como mortal, preñada de sus ideales y principios.
Fidel siempre acompañó los momentos familiares más felices, también los terribles; y su esencia moldeada de las manos de mis padres reverdeció en la cubana que soy. A mi hija, lo mejor que tengo, le he transmitido todo lo aprendido bajo su impronta, y aunque no pudo saborear el sueño de poder hablarle frente a frente, disfruta el regocijo de verlo diariamente en sendas fotos con sus padres, en momentos significativos de sus vidas. Ahora toca a ella, con nuestra ayuda, dejar encendida la llama de la vida eterna, porque sus ideas, desde hace mucho, corresponde a todos y nunca será olvidada.
Para cualquiera de nosotros, los hijos del pueblo que forjó en la unidad como principal arma, su fecunda vida está en cada instante. En la escuela extraordinaria que desterró por siempre la ignorancia y que tuvo su semilla en la Campaña de Alfabetización, en la Salud gozada como derecho y sin precio alguno, en la sonrisa de nuestros niños que no conocen de discriminación racial, en la vida que construyó para nosotros que nos hizo dignos ante los ojos del Imperio más atroz y en la humildad de los pueblos que con su actuar humanista los hizo más libres y le ayudó a ser verdaderamente importantes.
Fidel, siempre Fidel, eres como el viento, la luz, el mar o el cielo, y ninguna ráfaga malintencionada logrará hoy callar lo que siento; por eso te digo como nos enseñaste: ¡Hasta la Victoria Siempre!
Colectivo de autores, editores y gestores de contenido del multimedio Solvisión.