Para muchos, fue difícil aceptar su partida, a pesar del convencimiento de que Fidel está marcado por la inmortalidad de los hombres imprescindibles, aun cuando sus cenizas viajaban en una urna de cedro cubierta por el estandarte al que le dedicó su vida.
Hasta la naturaleza se alistó para la despedida, en una mañana del último día de noviembre, que amaneció con un cielo claro y despejado, anunciando la ruta victoriosa del héroe hasta su última morada.
Las banderas cubanas agitadas al paso de la caravana, fueron el único y mejor tributo para reverenciarlo, escoltado por sus compañeros de siempre, los de la lucha clandestina y guerrillera, los de la construcción y la defensa, y por los jóvenes que vieron en él al Maestro.
Fidel se despidió de su gente, erguido, por la misma ruta victoriosa que transitó hace casi 58 años, al frente de un ejército de barbudos revolucionarios que le devolvió la dignidad a los que nada tenían, regresando al punto de partida donde se comenzó a tejer su leyenda guerrillera.
A más de uno se le apretó la garganta al paso del cortejo. La inmensidad de su espíritu sobrecogió a la multitud silenciosa, que sentía su presencia eterna.
Las cenizas de Fidel descansarán en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, pero él seguirá vivo y presente en cada uno de nosotros, que recogeremos la bandera de su ejemplo para hacerla ondear victoriosa, como siempre nos enseñó.
Sin dudas, Fidel sigue aquí, en el médico, en el soldado, en el maestro, en el niño y en el guerrero que seguirá protegiendo sus conquistas y quizás desde el Cielo nos esté dando la razón, porque sabe que yo soy Fidel, tú eres Fidel, todos somos Fidel.