Fidel cambió Los Naranjos

Por José Llamos Camejo

Los naranjos, Yateras, Guantánamo.–Que mucho antes de esta cruzada, otra había escalado hasta aquí hace 65 años, decidida a barrer inequidades de siglos, se lo confirmó Mario Rojas a Granma, tras aplaudir a Nicolás Guillén en trilogía de obras presentadas con la gracia que sabe ponerle el actor y titiritero Ury Rodríguez, seguido por el compositor y cantante Claudio Casal, otro que calentó el escenario y puso a todos a batir palmas.

«Mire compay, cuando ellos y Ury vienen aquí, esto se pone bueno; vaya, que uno siente que con ellos vuelve Fidel», dice Mario Rojas, campechano y conversador guajiro, que no había cumplido los dos años de edad cuando el Comandante en Jefe llegó por primera vez a Guantánamo. Mario recuerda lo que alcanzó a ver desde niño, y lo que Juan Rojas Carbonell, su difunto padre, le contó «milienta’ vece’» a él y sus 12 hermanos, «porque eramo’ 13 del mismitico matrimonio; 15, con mamá y papá, viviendo en la misma casa».

Habla Mario de algo que Fidel anunció temprano y luego volvió a decir en Guantánamo, el 3 de febrero de 1959, desde la tribuna improvisada frente a la entonces Escuela de Comercio, ante una concentración que, «por su extraordinaria magnitud, me recuerda el mitin del millón en la capital de la República», comentó el líder histórico de la Revolución al iniciar su discurso.

El padre de Mario era como una gota en el océano de entusiasmo que aplaudía al Comandante en Jefe, quien reiteró la proximidad de «una ley agraria que les dé a los campesinos, a todos los pequeños propietarios, arrendatarios, aparceros y precaristas, la propiedad.  Pero que, además, les resuelva el problema de la tierra a los que no tienen».

Dichas por un hombre que, ya se sabía, no deshonraba ni una sola de sus palabras, llegaban aquellas como un guiño de la esperanza al corazón de Juan Rojas, «imagínese, un matrimonio de gente humilde con 13 hijos; vivir era un sacrificio».

Los Naranjos de antaño que Rojas recuerda es el mismo que Fidel denunció en su primer discurso en el Alto Oriente cubano: «Va usted a los campos, y se encuentra por dondequiera los bohíos, que son inhabitables, que carecen de higiene por completo, que son viveros de parasitismo y de toda clase de enfermedades».

Tampoco olvida el conversador labriego que su papá pudo tener una finca «solo porque se la dio la Reforma Agraria; de ahí pa’lante la vida de nosotro’ fue otra, Fidel cambió Los Naranjos. No le había dicho que el primer Altar de la Cru’ que yo vi, lo hizo mi madre, en pago de una promesa a la Virgencita de la Caridad; le había pedido ayuda pa’ que triunfara la Revolución».

«Mire compay, e’ verda’ que la lucha aquí arriba e’ fuerte, pero el que trabaja sale pa’lante, la tierra e’ agradecida; si no, párese en la loma y mire pa’ abajo». Son las razones que mantienen aquí a este guajiro.

Como atados al ombligo de Los Naranjos se ven estos hombres. Y pareciera que sus motivos se los sembró el que visitara por primera vez Guantánamo un 3 de febrero. Hoy cada cual tiene una manera

–campesina y campechana– de confesarlo. Leucidio Ramírez, otro lugareño adicto a la décima y al trabajo duro, lo dijo así frente a los «cruzados»: «Fidel nos dio libertad / y nos dejó preparados / para que nunca, jamás / regresemos al pasado». Este mundo, a ti, Fidel / siempre te agradecerá / por todo lo que tú has hecho / en bien de la humanidad.

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