Guantánamo.- Este 26 de julio se cumplen 64 años del asalto a los cuarteles Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, por jóvenes de la Generación del Centenario comandados por Fidel Castro.
Como se conoce, fracasó la acción que pretendía apoderarse de las armas de la segunda mayor fortaleza militar que tenía la dictadura de Fulgencio Batista para entregarlas al pueblo santiaguero y echar andar el motor pequeño que ayudara a arrancar el motor grande, como después dijera el hoy presidente cubano Raúl Castro.
En el combate murieron ocho compañeros de Fidel y Raúl. Por orden directa de Batista, otros 50 fueron apresados y masacrados posteriormente por sus esbirros. Lo que jamás pudo imaginar el dictador que en vez de intimidar al pueblo cubano, despertó en él la conciencia nacional en apoyo a los moncadistas.
El descalabro que constituyó en nada aminora la enorme trascendencia del hecho de la mañana de la Santa Ana: ese día se decretó la sentencia de muerte de la opresión neocolonial en Cuba.
Esa mañana se retomó el camino para culminar la Revolución inconclusa, iniciada en 1868 por Carlos Manuel de Céspedes y acogida en sus ideas y acción por Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí, Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras, Rubén Martínez Villena y Eduardo Chibás.
Esa mañana emergió definitivamente Fidel Castro no solo como el discípulo más aventajado del ideario patriótico y anti-imperialista del Héroe Nacional cubano, sino como el líder de la nueva etapa de la lucha por la independencia definitiva del país.
Muestra de sus cualidades como revolucionario la había dado el joven abogado, a la sazón con 25 años de edad, cuando demandó a Batista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, cuando en marzo de 1952 el sátrapa estableció su segunda dictadura, con el visto bueno del gobierno de Estados Unidos.
El golpe de Estado fue la gota de colmó la copa que comenzó a llenarse en 1898, cuando el naciente imperialismo yanqui frustró la independencia y soberanía de Cuba, y con ello la idea martiana de que “la primera ley de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”, República destinada además a impedir a tiempo que se extendieran “por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Hasta el asalto a los cuarteles Moncada y Céspedes habían pasado 52 años de República tullida por la Enmienda Platt, sumisa a Washington, carcomida por la demagogia y la corrupción.
Hay quienes inútilmente pretenden demeritar la gesta del Moncada con el pretexto de que hasta ese momento Batista no había desatado con toda su bestialidad la represión que costó la vida a miles de cubanos.
El asunto es que Fidel Castro, mucho más allá de hacer retornar a los cauces “democráticos” tradicionales, había comprendido que era el momento de llevar adelante la Revolución para refundar al país con el protagonismo de la gente de pueblo, pese a la cercanía geográfica con el imperio.
En la juventud ortodoxa, seguidora de la prédica patriótica, de justicia social y en contra de la corrupción de Chibás, encontró a la mayoría de los combatientes que siguieron sus ideas y acciones hasta Santiago de Cuba y Bayamo, para no dejar morir al Apóstol en el año de su centenario, en otras palabras, no dejar morir sus ideas revolucionarias.
A partir del 26 de julio de 1953, la mayoría del pueblo cubano depositó en Fidel las esperanzas para lograr una patria mejor, el sueño supremo de José Martí, declarado por su discípulo como el autor intelectual de la gesta.
Y Fidel no decepcionó. El Movimiento 26 de Julio se convirtió en la opción principal para el cambio con el Programa del Moncada, contenido en La Historia me Absolverá, el alegato de autodefensa del líder en el juicio por los sucesos del Moncada, en donde se proclamaron los objetivos políticos, económicos y sociales para lograr una Cuba nueva.
Después del Moncada, guardó prisión, luego fue al exilio, organizó la expedición del Granma, sobrevivió a la derrota en Alegría de Pío, combatió en la Sierra Maestra y venció al régimen batistiano, apoyado con asesores, armas y municiones por el gobierno norteamericano.
El Moncada, mucho más que el asalto a una fortaleza, fue el inicio de la arremetida final en contra del dominio yanqui y la oligarquía criolla que llevó al triunfo de enero de 1959 y se consolidó con las nacionalizaciones de 1960, paso previo para declarar el carácter socialista de la Revolución en los días gloriosos de Playa Girón.