Detrás de Toronto y sus medallas

Remero guantanamero Angel FournierEn el deporte hemos conquistado tantas cimas que cuesta mucho mirar hacia ellas des­de abajo. Justamente esos éxitos y las gran­­des hazañas alcanzadas se han convertido en uno de los principales adversarios de deportistas, entrenadores y autoridades que los dirigen, pues la exigencia siempre ha partido de superar lo logrado.

 

Esa es la razón por la que antes de cualquier análisis de lo ocurrido en Toronto, se­de de los ayer finalizados XVII Juegos Pa­na­mericanos, expresamos el sano orgullo por la entrega, el esfuerzo y la modestia con la que los atletas nos representaron. Los que alcanzaron las 36 medallas de oro, las 27 plata y las 34 de bronce y quienes dieron todo por llegar a esos lauros, merecen el reconocimiento de un pueblo que vibró por 16 días al ritmo de sus pulsaciones.

¿Qué se esperaba más? ¿Qué hay inconformidad? Claro que sí, sobre todo porque se expuso públicamente el objetivo de mantener el segundo lugar por naciones en el medallero. Sin embargo, no alcanzarlo, no demerita el esfuerzo por llegar hasta esa cota.

He escuchado en lugares públicos, en llamadas a la redacción, en la sala de un hogar o leído en las opiniones en nuestra web, cientos de argumentos que durante dos semanas trataban de explicar las causas de lo sucedido. Intentaremos sumarnos a esos debates, que están sustentados en una amplia cultura deportiva de la población, fruto también de los triunfos atesorados y del acceso pleno a la práctica deportiva, así como a la promoción de esta por diversos medios, incluyendo los de comunicación masiva.

¿Qué pasó en Toronto? Por primera vez desde 1971, Cuba no queda entre los dos primeros lugares de la tabla de medallas. Por primera vez desde 1971, Cuba termina en cuarto lugar del medallero, el mismo sitio que ocupó, precisamente en la ciudad canadiense de Winnipeg, en 1967. Por primera vez desde 1971, Cuba no pasa de 40 medallas de oro en una cita de este tipo.

Por primera vez la cosecha de triunfos de Cuba representa menos del 15 % del total de metales dorados distribuidos. Por primera vez Cuba no sobrepasa la suma de 100 premios en el medallero.

¿Por qué ocurrió? O los cálculos no tuvieron en cuenta las reales posibilidades de nuestra delegación, o no hubo profundidad en el estudio de contrarios. Cualesquiera de esas causas llevan irremediablemente a un exceso de triunfalismo, que es lo peor que le puede pasar a un movimiento deportivo, y mucho más cuando es amplificado por nosotros, la prensa.

El escenario competitivo es justamente una plataforma de lucha de contrarios, me­diante una emulación pacífica de las fuerzas controladas, como lo definió magistralmente Pierre de Coubertin, restaurador de los Juegos Olímpicos, y para aspirar a conseguir un objetivo la evaluación de esas fortalezas necesita de mucha precisión.

Un tercer elemento apunta al diseño de preparación. El desempeño de los deportistas en el escenario de competencia estuvo muy por debajo de sus mejores presentaciones en el año, fundamentalmente en varias pruebas del atletismo; en el orden físico nos dio la impresión de insuficiencias en algunos de­portes, entre ellos campo y pista, lucha (más en el sector femenino), casos puntuales del judo y el boxeo. En los deportes de combate, motor impulsor en estas lides, y en los colectivos, nos pareció que en el apartado táctico hubo dificultades en los momentos cruciales. Agreguémosle que no teníamos representantes en 133 pruebas (discusión de medallas), exactamente el 36 % de las convocadas, lo que obligaba a juzgar por el rendimiento de los pabellones que nos ade­lantaron, a una efectividad del 34 % de nuestra delegación, o lo que es lo mismo a que por cada tres atletas, uno fuera campeón. Sumemos también, que las naciones con las que dirimíamos ese segundo escaño y luego el tercero, nos superaban en más de 150 re­presentantes.

Sin embargo, otras aristas las consideramos aún más importantes en el análisis. El deporte de alto rendimiento, entiéndase justas co­mo las de Toronto, Juegos Olímpicos, campeonatos mundiales o copas del orbe demanda de cuantiosos recursos financieros, a los cuales Cuba no tiene ni ha tenido acceso.
Ese requerimiento hoy se ha incrementado, pues los modelos de desarrollo deportivo a nivel mundial pasan por dos vías: el am­plio calendario a nivel internacional para po­der incluirse en los olímpicos o lides del planeta y la participación en justas profesionales, la mayoría de las cuales o al menos don­de hay más calidad, se concentran en los centros de poder, donde el dinero abunda.

En este punto creo que llegamos al vórtice del análisis. ¿Si este país no contaba ni cuenta con esos recursos cómo se ha mantenido en la élite del deporte mundial?

Claro está que debemos, y desde septiembre del 2013 se aprobó como parte de la actualización del modelo económico, la política de contratación y remuneración de de­por­tistas y entrenadores, insertarnos en los principales circuitos competitivos, sobre todo porque los esquemas de preparación han cambiado mucho. Hoy se entrena compitiendo y se mantiene la forma deportiva bajo la exigencia del rival y frente a este.

Pero lo que no debemos abandonar es un principio que ha distinguido al movimiento deportivo cubano en consonancia con su modelo de desarrollo social: la participación. ¿Qué vaticinio podría asegurar ese segundo puesto del continente desde 1971? Ninguno. ¿Qué cálculos serían capaces de dar una ecuación como la de ser uno de los primeros 20 países del planeta en el medallero histórico de los Juegos Olímpicos? Ninguno.

Solo la voluntad de desarrollar el deporte tras crear el recurso humano, que es para Cuba el más valioso, y el propósito de superarnos a nosotros mismos, ha sido capaz de la hazaña de este pueblo y de sus deportistas durante todos estos años.

Los resultados que hemos tenido han sido la consecuencia de un trabajo que privilegió la participación en competencias de larga duración en todos los estratos sociales, dígase escuelas, zonas rurales, barrios, centros de trabajos. Se competía desde primera hasta tercera categoría. Cuando afirmábamos con orgullo que el 85 % de los medallistas olímpicos eran fruto de los Juegos Escolares, era justo porque salían desde las escuelas.

Hemos perdido esos espacios de participación, incluso se hace poco esta actividad en las escuelas, que al igual que en la cultura y en la educación, para el deporte es la institución más importante de la comunidad. Y es lamentable, pues este pequeño y modesto país tiene un sistema de enseñanza de am­plio y total acceso y ha graduado para él a más de 50 000 profesionales de nivel superior en cultura física.

Si el financiamiento ya es un handicap y abandonamos ese principio, Toronto seguirá repitiéndose. Por solo poner el ejemplo de la bella urbe canadiense, competíamos no solo frente a grandes estrellas del deporte, sino que le disputábamos los primeros lugares a Estados Unidos, Canadá y Brasil, que según datos del Fondo Monetario Internacional de abril pasado son la primera, décima y octava economías del mundo, respectivamente, de acuerdo con su Producto Interno Bruto.

No es tarde para recuperar ese camino y al propio tiempo asumir las nuevas exigencias; Cuba cuenta con lo decisivo, el capital hu­mano, pero requiere de una certera estrategia que transite por combinar ambos senderos, bajo un prisma de organización que permita incrementar a escala nacional la participación optimizando cada recurso. Si les damos el valor al profesor de educación física y a las autoridades deportivas municipales, multiplicaríamos la cantera que hoy solo se reduce a las escuelas deportivas, que pasan un año entrenando, sin medir sus cualidades.

Hoy, cuando nos debatimos en ¿por qué no logramos el segundo lugar?, recomiendo otra vez la lectura de Para el honor medalla de oro, pues honor y entrega han derrochado nuestros atletas. En aquella Reflexión del líder de la Revolución Cubana, el 24 de agosto del 2008, se leía:

“No vivimos hoy las mismas circunstancias de la época en que llegamos a ocupar relativamente pronto el primer lugar del mundo en medallas de oro por habitante, y por supuesto que eso no volverá a repetirse.

“El hecho de que participen más naciones y las competencias sean más duras es en parte una victoria del ejemplo de Cuba. Pero nos hemos dormido sobre los laureles. Sea­mos honestos y reconozcámoslo todos. No importa lo que digan nuestros enemigos. Seamos serios. Revisemos cada disciplina, cada recurso humano y material que dedicamos al deporte. Debemos ser profundos en los análisis, aplicar nuevas ideas, conceptos y conocimientos. Distinguir entre lo que se hace por la salud de los ciudadanos y lo que se hace por la necesidad de competir y divulgar este instrumento de bienestar y de salud. Podemos no competir fuera del país y el mundo no se acabaría por eso. Pienso que lo mejor es competir dentro y fuera, enfrentarnos a todas las dificultades y hacer un uso mejor de todos los recursos humanos y materiales disponibles”.

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