Deshojando el Calendario

Guantánamo.- Este domingo la teleserie cubana más popular en los últimos años arranca la última página de su segundo almanaque. Entre los aplausos casi unánimes de la crítica y el público, la obra de ficción, dirigida por Magda González Grau y escrita por Amílcar Salatti, logró, durante 12 capítulos, corresponder a las expectativas creadas desde el cierre de la primera entrega y resolver con solvencia su carácter de pivote hacia una tercera y última temporada.

Aunque las cuitas y nobles empeños de la profesora Amalia siguen siendo el nodo de la mayoría de las subtramas, esta vez los realizadores apostaron por descentralizar la premisa argumental hacia un punto de vista más coral de los conflictos y sus soluciones, para reforzar una estructura dramatúrgica de por sí bastante sólida y creíble. Para ello, el guionista añadió un rosario de nuevas temáticas que, a la vez que satisfacen los intereses de un público ávido de ver en pantalla el reflejo de problemas muy actuales, posibilita fortalecer la carga emocional y el sistema de valores que la serie defiende.

No obstante, esa intención de darle seguimiento a todas las subtramas al unísono — y con la misma jerarquía dentro del relato — plantea una variación que puede desdibujar, en cierto modo, las pautas de progresión con las que una parte importante de la audiencia identifica el espacio desde la primera temporada. La dificultad estriba en que tantas historias abiertas conducen a un ritmo, a ratos apresurado, que da poco margen al deleite estético o el desarrollo armónico de ciertas secuencias.

Ello provoca que la evocación y la inocencia cedan el paso ante el realismo y, por lo tanto, se extrañen más las referencias o que algunas de las iniciativas pedagógicas de la profe de Español-Literatura parezcan infructuosas como solución dramática, ante el aplastante peso del contexto que esboza. Ahora todo es más sintético y directo, algo que no está del todo mal ni le resta a Calendario sus cualidades como un serial oportuno y eficaz.

Si bien no todas las transiciones narrativas fueron igual de válidas para propiciar el salto temporal de un ciclo a otro — sobre todo en el primer y segundo capítulos — rápidamente la pujanza de los nuevos conflictos, junto a los viejos dilemas de nuestros protagonistas, permitió rememorar, de forma diáfana, las líneas argumentales que quedaron abiertas desde la primera entrega, mientras se integraba a los nuevos personajes en la dinámica grupal de los chicos de la profesora Amalia.

Es cierto que en la mayoría de los casos Salatti sale airoso en el imperativo de condensar las historias e introducir recurrentes puntos de giro que eviten dilatar ciertos contenidos; sin embargo, algunas tramas que se planteaban como basa para un interesante despliegue dramatúrgico e interpretativo, terminaron devoradas ante el empuje de otras que, por su fortaleza expresiva y eficacia narrativa, se robaron el favor de los espectadores.

Magda y su equipo saben contar historias. No sorprende, entonces, que uno de los aciertos más indiscutibles resulte la coherencia con la que se presentan todas las posibles respuestas de los personajes frente a situaciones límites o complejas, de modo que el receptor puede apreciar una amplia gama de matices y perspectivas, a lo que mucho suma la probada capacidad de interpretación de varios de los actores y actrices de este drama juvenil.

Más allá de las «escandalizadas» reacciones de algunas personas ante asuntos tan polémicos como la drogadicción, el racismo, la muerte de un niño, la homosexualidad femenina o la prostitución masculina, sobresale cómo la violencia — en todos sus modos y alcances — nuclea una parte significativa de las relaciones interpersonales y sociales de los chicos del 11no 3.

Tal vez hasta la serie se quede «corta» para referirse a un fenómeno que se expande en nuestro entorno de la mano de la crisis económica y la falta de mecanismos de la familia y las instituciones para resolver las contrariedades en el ámbito escolar y familiar.

Casi nada escapa a Calendario para hablar de las penurias del alma y de lo material en la Cuba de hoy, una realidad que se nos ofrece sin desesperanza, a pesar de ciertos bocadillos grandilocuentes o con vocación de estribillo quejumbroso, pues también afloran valores y cualidades positivas que tejen una parte importante de nuestra identidad.

Aunque resulta amplio el espectro de tópicos a lo largo de la docena de capítulos, sus realizadores lograron intercalar algunos episodios más ecuánimes y acompasados, mientras otros plantearon un laberinto de intensas acciones dramáticas; es como si, por momentos adivináramos que el guionista tiene demasiado por decir y no le alcanza el tiempo.

Todo indica que la resolución de muchas líneas argumentales quedará pendiente para la próxima temporada, pero ciertas historias deberían concluir de forma natural y categórica. A una tercera entrega no puede llegarse con conflictos por resolver, pues sobrevendría el atropello y la impostura dramática.

En estos capítulos vimos crecer a muchos personajes desde el guion y, en consecuencia, los actores desplegaron una proyección escénica que, de modo general, realza el estilo de Amílcar Salatti de concebir protagonistas complejos y contradictorios, sin dejar de responder al encuadre personológico correspondiente a su edad, estatus social y comportamiento.

Tomado de Alma Mater

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