Tomado de Cubadebate. Por Pedro de la Hoz
A Con filo le viene justo una frase de larga data en el imaginario popular: abordar cada tema con filo, contrafilo y punta. El programa, iniciativa en la que se dan la mano el ICRT, el equipo de La pupila insomne y Cubadebate, se ha ido posicionando como uno de los espacios mediáticos más útiles y propositivos para desentrañar la madeja que envuelve la realidad cubana de nuestros días.
Si bien su salida al aire respondió a determinadas circunstancias –flotaban en el aire las secuelas de la intentona de golpe (no tan) suave del 11 de julio–, prontamente se hizo patente la necesidad de regularizar su emisión e implementar ajustes pertinentes en función de potenciar su pegada.
A ello respondió su reubicación antes de la novela extranjera de turno por Cubavisión y la multiplicación de sus vías de llegada en redes sociales y plataformas digitales. Esta diversidad de opciones para acceder al contenido toma en cuenta las actuales prácticas de consumo informativo en su conjunto.
Vea aquí la más reciente emisión del programa
Dicho sea esto porque a veces se tiene la idea de que la televisión ha pasado de moda y no es así; si bien existen audiencias que dan la espalda a la programación televisual, y solo se conectan con (y creen) lo que circula en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube, existe también una audiencia que dedica parte de su tiempo libre a la pantalla doméstica (y sigue la radio).
Y está claro que para cumplir con la propuesta de “buscar las esencias detrás de las apariencias, a rasgar la costura de la manipulación mediática, y adentrarnos en la arista filosa de los acontecimientos”, tal como reza el objetivo de Con filo, deben cubrirse todos los frentes.
La efectividad del producto se debe, al menos, a tres factores: la concreción, la altura y el tono.
Sin pretender agotar cada tema, las emisiones se detienen en aspectos puntuales que marcan el curso de los acontecimientos, mediante una operación dialéctica entre hechos y conceptos. Un ejemplo: el desmontaje de los odiadores profesionales (bien pagados) y voluntarios (porque les viene en gana) no dejó margen de dudas acerca del repertorio de injurias y ofensas de estos, de su baja catadura moral, de su inveterada chusmería, mientras por otra parte quedó en pie la médula de lo que entendemos por una sociedad inclusiva, abierta a la crítica, que tiene que poner mucho de sí para que se realice la aspiración martiana de una patria “con todos y para el bien de todos”.
En la altura del discurso, en no dejarse arrastrar por el despropósito, se halla otra importante clave, que debe ser observada por algunos otros espacios que defienden nuestro proyecto socialista con buena voluntad, pero con armas melladas y efectos contraproducentes.
No es revolucionario responder la invectiva con la invectiva, la descalificación con la descalificación, el repudio con el repudio.
Para obrar con altura se requiere el tono adecuado: desenfadado, conversacional, por momentos irónico, serio cuando tiene que ser serio, sin encartonamiento ni poses, con muy precisas referencias políticas y culturales. Michel Torres Corona lo consigue y por ello tiende puentes con la audiencia que toma también nota de la graficación adecuada, con citas audiovisuales incluidas y oportunos y simpáticos memes.
Nada fácil el reto de “hablar hoy desde una forma novedosa y a la vez crítica acerca de la guerra mediática en contra de nuestro país”, afirman los realizadores de Con filo, pero lo asumen y la mayor parte de las veces dan en la diana.