Céspedes: Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte

El año 1868 marcó el inicio de la primera guerra por la independencia de Cuba, cuando varios factores, internos y externos, se conjugaron para que los patricios criollos se lanzaran a la manigua redentora.

Entre los factores foráneos menos referidos, pero de gran significación, estuvo la revolución liberal española de septiembre de 1868, conocida como «la Gloriosa», y que influyó directamente en la determinación, asumida por Carlos Manuel de Céspedes, de adelantar para el 10 de octubre de ese año el alzamiento.

Para Céspedes la situación revolucionaria en la península podía ser revertida en favor de los intereses independentistas criollos, por ello potenció los beneficios de aprovechar la coyuntura de la metrópoli en revolución, fraccionada políticamente, para iniciar la insurrección cubana.

Este pensamiento estratégico cespediano quedó evidenciado en su conocida frase a Francisco Vicente Aguilera, al tratar de convencerlo de no esperar la culminación de la zafra para iniciar el alzamiento: «España está revuelta ahora, y esto nos ahorrará la mitad del trabajo… alcémonos».

El levantamiento de Céspedes y sus compatriotas, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua removió los sentimientos patrióticos de muchos hombres de buena voluntad, quienes decidieron sumarse a la lucha bajo su liderazgo contra la opresión de España.

Este primer gran paso hacia la independencia convirtió a Carlos Manuel, de hecho y por derecho propio, en el Padre Fundador de la futura nación cubana.

Las décadas de 1860 y 1870 fueron, sin duda, un complejo periodo en la política y la sociedad española en relación con su colonia antillana, en la que el nuevo gabinete de gobierno liberal se vio obligado a enfrentar dos cuestiones esenciales en su política ultramarina: el debate entre esclavitud y abolición, y la polémica, devenida beligerancia, entre integristas, reformistas e independentistas radicales; cuestión a la que se debía dar una rápida respuesta en las Cortes. ¿Los diputados darían o no las ansiadas reformas a la Isla; abolirían o no la esclavitud; otorgarían la independencia o autonomía a Cuba, o mantendrían su status quo colonial?

El fracaso de la Junta de Información, organismo consultivo convocado por el gobierno español entre octubre de 1866 y abril de 1867, había alertado a Céspedes y al grupo de independentistas radicales acerca de que en los planes de las autoridades españolas no figuraban cambios favorables para la Isla, y que solo quedaba el camino de la lucha armada.

Ese fue su gran aporte al pensamiento revolucionario de la segunda mitad del siglo XIX. En concreto, él proponía una guerra rápida contra el poderío militar español, y no ceder ni ante propuestas reformistas de pacificación, ni ante el otorgamiento de la autonomía por parte del gobierno liberal metropolitano. Como líder natural del movimiento ordenó a sus oficiales y soldados que no escucharan ofrecimientos de emisarios de paz que no tuvieran como fin la independencia.

Es preciso recordar que en la década de 1860 todavía el independentismo no era el único proyecto político para Cuba, y que tanto el reformismo, como el anexionismo y el integrismo habían captado, por separado y durante años, la atención y preferencia, según el caso, de otros actores sociales y de las conocidas clientelas políticas de conveniencia, los que, sumados en todo el país, representaban, numéricamente, una fuerte oposición al minoritario pensamiento revolucionario de avanzada.

Esto, lejos de disminuir el valor y la justeza de los combatientes y líderes del 68, los convierte en Quijotes luchando en franca desventaja contra molinos, en pos de hacer realidad lo que entonces parecía a otros una utopía de nación.

Céspedes, Agramonte y otros tantos líderes de amplio quehacer revolucionario por su Patria, tuvieron que imponer su proyecto independentista en la manigua, optando por sostener la lucha armada pese a los pocos recursos que les llegaban de la emigración. Rompían, así, con mentalidades y proyectos que durante años se debatieron en la sociedad colonial.

La dirigencia mambisa debió levantar constantemente la moral de sus tropas regalando coraje en cada batalla y siendo los primeros en la línea de combate. Muchos, como Céspedes, nacidos en rica cuna, llegaron a vivir en la más absoluta mendicidad en la manigua, con ropas raídas y alimentándose con raíces, miel y algunas viandas; la carne era un lujo, de vez en vez, y los hospitales en campaña apenas contaban con medicamentos. Armas tenían, pero faltaban las balas y se recurrió al machete para enfrentar a los cañones y fusiles españoles.

Las cartas de Carlos Manuel a su esposa, Ana de Quesada, entre 1871 y 1873, muestran esta terrible realidad y nos retratan a un hombre dañado espiritualmente por las traiciones, preocupado por el futuro de la guerra, e imposibilitado de dar solución inmediata a las necesidades materiales más urgentes de su ejército. Triste por las pérdidas de amigos y familiares en la contienda, por no conocer a sus hijos gemelos que le habían nacido en la emigración y por estar lejos de su amante esposa; además de sufrir el daño causado a la guerra por las incomprensibles posiciones y decisiones para él de la Cámara de Representantes de la República de Cuba en Armas,  sin contar su disgusto por algunas fracasadas expediciones que tanto hubieran ayudado a sostener la contienda.

A pesar de todo ello, se aprecia en esos escritos íntimos gran firmeza de carácter y su resolución de continuar la lucha.

Un estudio a fondo de todas estas cuestiones sicosociales de la guerra explicarían, e incluso justificarían, a un Céspedes que a veces se nos presenta contradictorio en sus decisiones, rudo en su tratamiento a los jefes camagüeyanos, un tanto ingenuo respecto al grupo de hacendados occidentales a los que privilegió en la emigración con cargos y poder, desconociendo, al principio, sus verdaderos propósitos anexionistas; y hasta sarcástico, al criticar duramente a muchos de sus contemporáneos, entre ellos al abogado, periodista destacado y orador Nicolás de Azcárate (1828-1894), miembro del Partido Reformista antes de 1868 y presidente del Partido Democrático terminada la Guerra de los Diez Años, del que sentenció que no se comportaba como un cubano, por no entender que Cuba debía separarse de su metrópoli.

Como todo hombre cometió errores, pero a la vez tuvo grandes virtudes que lo acompañaron durante toda su vida: su desprendimiento material, su humanismo, su patriotismo a toda prueba, su valor, su dignidad, su entrega a las ideas justas que defendió, su fidelidad a sus amigos y a Cuba, su impostergable sentido del deber y su fortaleza de espíritu.

Pero también, y no menos importante, fue su capacidad de soñar. Algunos años antes del alzamiento en La Demajagua, Céspedes, con visionario vuelo poético, ponía al desnudo su más íntimo deseo modernizador y libertario al escribir en su poema Contestación, de carácter autobiográfico, estos versos:

«Quise ser el apóstol de la nueva/ eligión del trabajo y del ruido,/ y ya lanzado a la tremenda prueba,/ a un pueblo quise despertar dormido/ y ponerlo en la senda con presteza/ de la virtud, de la ciencia y la riqueza».

Céspedes fue de los pocos en pensar a Cuba como país, herencia del pensamiento de Félix Varela. Él pretendía que Cuba naciera al mundo como un nuevo estado democrático, rico e independiente, con el sello político y cultural de una joven y aglutinadora república, aquella que defendió en Guáimaro, pese a las contradicciones que ya se manifestaban entre los jefes de la insurrección, sobre todo en referencia a la división de los mandos y al problema de la abolición total de la esclavitud sin indemnización.

Luchó hasta su muerte defendiendo la idea de construir una república democrática y multirracial en una nación libre, en la que no quedaría excluida la población negra, ni los inmigrantes españoles o de cualquier otra nación, que de buena fe pensaran y trabajaran a favor de Cuba.

Para él, la independencia debía ir acompañada de una revolución que implantara la justicia social y la modernidad económica, pasando, necesariamente, por la abolición total de la esclavitud. Al respecto, el historiador  Jorge Ibarra afirmó:

En Guáimaro, (…) con la constitución de la República, se procedía a la fundación de una nación de hombres libres con iguales derechos ciudadanos. De ese modo, del sentimiento de patria, Céspedes había evolucionado a la conciencia de una nación (…), la dirección consciente de Carlos Manuel de Céspedes para alcanzar ese propósito sentó las bases para la formación del pueblo nación cubano (…).

Según opinión de Rafael Acosta de Arriba, estudioso de la figura de Céspedes, este era de los pocos revolucionarios que en 1868 poseía ya «una comprensión global nacional de la gesta libertaria como única vía posible de cambio».

En uno de los momentos cruciales de la contienda, cuando flaqueaban las fuerzas y la desesperanza parecía hincarse en las tropas mambisas, Céspedes expresó a los cubanos que le acompañaban en la manigua: «Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no sólo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava». Esta actitud no solo refleja sus dotes de estadista, sino su sostenida posición inclaudicable, pese a todas las adversidades que vivió en la manigua. Líderes de su talla patriótica son ejemplos a seguir, son los que nos llenan de orgullo por ser cubanos.

Tomado de la ACN

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