A la balista cubana Misleydis González Tamayo le arrebataron uno de los mayores placeres que pueda disfrutar un atleta en competencia: subir al podio, pasear su bandera por toda la pista, cumplir un sueño ante miles de aficionados.
Tramposas le robaron esos momentos. No pudo recibir su merecida medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, ni la de bronce en el Campeonato Mundial de Atletismo Bajo Techo de Valencia, ese mismo año.
«La noticia no la recibes igual, siempre anhelas estar en el podio, verte con la bandera. Siempre pensaba en ser campeona olímpica o mundial para disfrutarlo…», dice años después sobre una “espina” que nunca saldrá del todo.
No fue hasta 2017, cuando novedosos métodos permitieron realizar otras pruebas antidoping sobre aquellas muestras, que pudo saberse la verdad: las bielorrusas Nataliya Khoronenko-Mikhnevich y Nadezhda Ostapchuk no habían ganado sus premios olímpicos en buena ley. Esta última también había violado las normas en la cita bajo techo. Por el bien del deporte y para fortuna de Cuba, en especial de Misleydis, prevaleció lo justo.
Mucho ha llovido desde entonces. Bayamesa de 43 años de edad y actual entrenadora del equipo nacional, a Misleydis le dicen “La Flaca” entre sus compañeros. Su estatura de 1,80 metros le hace sobresalir, aunque nunca logró el peso corporal habitual entre las lanzadoras de clase mundial.
Con marca personal de 19,50 metros se retiró tras los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Y aunque los premios más importantes de su carrera llegaron a destiempo, tuvo entre sus alegrías dos reinados en juegos panamericanos, varias incursiones en finales de campeonatos mundiales y otros lauros en justas de rango.
La cocina es su hobby. Su niño de siete años representa el deseo cumplido de ser madre. Y con sus alumnos siente el mismo prearranque de cuando competía. Todo ello forma parte del pasado y presente de Misleydis, quien recordó junto a JIT varios momentos de su vida.
¿Por qué la impulsión de la bala?
A los 12 años era muy alta para mi edad y me escogieron para el atletismo, pero en la velocidad. Sin embargo, llegué a unos juegos escolares en Sancti Spíritus y el entrenador Narciso Bobes me vio y me preguntó de dónde era, qué edad tenía y si me gustaban los lanzamientos… Le dije que sí. Me hicieron pruebas haciendo lanzamientos de frente y de espalda, y al comenzar el siguiente curso me incluyeron en el equipo nacional juvenil.
Sin haber lanzado nunca antes…
Aquí aprendí los fundamentos de la impulsión de la bala. Tenía habilidades y lo capté todo muy rápido.
No eres lo que imaginamos de una lanzadora, demasiado delgada para los estándares… ¿Eso influyó en su carrera?
Con más peso corporal quizá hubiera tirado más lejos, pero ahí viene lo que yo llamo “el pollo del arroz con pollo”: a veces un atleta más corpulento es más lento. Son contradicciones que nunca van a tener una respuesta exacta. Viene al caso mío: era fuerte, sobre todo muy rápida, y eso lo combinaba bien.
Imperdonable no disfrutar la medalla olímpica cuando tocaba…
Cuando me lo dijeron lloré y salté de alegría, pero me hubiera gustado disfrutarlo allí. Pasaron muchos años para enterarme de la trampa, me quitaron esa sensación inigualable de subir al podio olímpico y mundial. Me queda la experiencia en juegos panamericanos, pero no es igual.
¿Cómo recuerda el día de la competencia en Beijing?
Siempre dije y está escrito que el peor lugar para mí era el cuarto. Eso significaba quedar a punto de una medalla y no lograrla. Salí del estadio contenta con aquel cuarto lugar, pero no satisfecha. Logré mi mejor marca en la competencia fundamental y sabía que podía haber ganado una medalla.
¿Qué se siente al saber que alguien apeló a sustancias prohibidas en busca de un resultado?
Una injusticia. Los cubanos estamos en desventaja muchas veces por las condiciones de entrenamiento y menos competencias. Saber que te quitaron una medalla con trampa es muy injusto. Si me ganan que sea legal, no de esa manera.
¿Cuál fue su peor momento en el deporte?
Tuve varios momentos malos, pero los peores en los campeonatos mundiales, sobre todo en Daegu 2011. Estaba muy bien y la ansiedad me jugó una mala pasada. Ni siquiera pasé a la final. Estuve dos días llorando sin salir del cuarto.
También en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003 viví una experiencia terrible: quedé cuarta y salí muy triste de allí. Dije que no entrenaba más. Me fui para la casa y no quería volver. Por suerte llegó el gran entrenador Justo Navarro y me sacó del bache… Gracias a él retomé mi carrera.
Acaba de saborear su primer premio como entrenadora: el oro de Juan Carley Vázquez en la lid mundial juvenil de Nairobi. ¿Se siente de la misma manera que siendo atletas?
El campeonato mundial juvenil me demostró que sentía el mismo prearranque que cuando atleta. No lo podía demostrar, pero me sentía igual que si estuviese dentro del círculo. En la clasificación estaba muy tensa, si padeciera de la presión me habría dado una cosa…
¿Complicado ser entrenadora?
Nunca me vi de entrenadora. Incluso me gradué primero como técnico medio en economía y no quería hacer la licenciatura en deporte. Decía que nunca iba a ser entrenadora. Ahora me burlo de eso y apoyo aquello de que nunca debes decir “de esa agua no beberé…”
Sucedió que no quería quedarme con técnico medio y el camino para llegar a licenciada, siendo atleta de alto rendimiento, era el deporte.
El entrenador deportivo tiene toda la responsabilidad de un resultado. Hay que tener mucho cuidado en la planificación y aprender siempre. Esto es muy difícil, por eso ahora comprendo cosas que no entendía cuando atleta.
¿Se imagina haciendo cosas fuera del deporte?
No tengo palabras para describir lo que significa haber sido deportista. Soy sincera cuando digo que no me veo haciendo otra cosa que no sea deporte. Y solo puedo darle gracias a la Revolución porque me ha dado todo para lograr lo que conseguí. Para mí el deporte ha sido lo máximo.
Tomado de JIT