Miguel Ángel Asturias, un merecido Premio Nobel

Guantánamo (Redacción Solvisión) Si bien la concesión del Premio Nobel despertó la controversia, por lo inmerecido de su entrega a ciertos personajes, todavía se festeja con satisfacción el recibido un día como hoy por el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

 

De modo particular, en el espacio nuestro americano, continúa siendo motivo de orgullo el título entregado hace 48 años al autor de El señor presidente (1946), de Hombres de Maíz (1949), y de la trilogía épica Viento fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados, por sólo citar algunas.

Estas últimas novelas marcaron un parte aguas en la trayectoria literaria de quien logró delinear como pocos el perfil de un dictador latinoamericano, en forma de sátira, y denunciar con meridiana claridad los desmanes del monopolio frutero estadounidense United Fruit Company.

El repaso por la obra del designado Premio Nobel de Literatura el 19 de octubre de 1967, cuando fungía como embajador de Guatemala en Francia, confirma la certeza de los argumentos manejados al anunciar ese otorgamiento.

Asturias (1899-1974) fue el tercer latinoamericano y caribeño en recibirlo -tras Gabriela Mistral (Chile, 1945) y Saint-John Perse (Guadalupe, 1960)- y es uno de los novelistas de este continente que más incidió en el desarrollo de la literatura universal.

A su vez es considerado por especialistas como el primero de esta parte en mostrar el modo en el cual podían influir en la narrativa los estudios de la Antropología y de la Lingüística.

Pese a esto, por muchos años la academia sueca le negó ese reconocimiento, debido a su presunta afiliación marxista, así como por la radicalidad de sus pronunciamientos en cuanto al armamentismo y a la falta de compromisos con sus pueblos de muchos de los dedicados a esa manifestación artística.

“Yo creo que es necesario dar a conocer los problemas de nuestro país y la mejor forma es por medio de la novela y la literatura”, expresó el periodista y diplomático guatemalteco, en el ámbito de los homenajes en torno al anuncio del Nobel en su favor.

De forma paralela insistió en que lo importante era que la gran dotación de ese premio, ascendente a unos 62 mil dólares, recayera en un escritor de un país muy pequeño y no de uno con un arsenal de bombas atómicas.

“Lo que también es importante es que el premio fue dado a un escritor que representa a la literatura comprometida, no a la literatura gratuita”, agregó entonces, cuando rondaba los 68 años de edad.

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