Los grandes hombres no deben morir

Camilo Cienfuegos, Los grandes hombres no deben morirGuantánamo.- A Camilo lo recuerdo como el hombre que no conocí, sin embargo, guardo sus hazañas celosamente en mi memoria. En retrospectiva rememoro las caminatas, flor en mano, cada 28 de octubre hasta el río Guaso en mi ciudad de Guantánamo, y creo escuchar a miles de vocecitas chillonas cantando… Una flor para Camilo al agua vamos a echar, todos los niños de Cuba, lo queremos recordar… Ese fue, sin dudas, mi primer acercamiento al Señor de la Vanguardia.

En ese entonces nos preguntábamos porque conocíamos tan poco del héroe. La misma incertidumbre de su pérdida, de su pronta partida hacia la eternidad nos embarga a todos, aún después de tantos años. Creo que por eso es más grande porque recordamos sus luces. Conocemos al hombre, al héroe, al bromista, al ser incondicional, a través de la memoria histórica, de quienes compartieron con él, incluso en condiciones adversas.

A Camilo cantamos, porque para los cubanos está vivo. Tarareamos esa melodía de Carlos Puebla porque no lo sabemos muerto. Lo vemos en las aulas cuando nos dedica una sonrisa de bienvenida, lo encontramos en nuestros libros cuando leemos la historia de la lata de leche condensada o del perro que nombró Fulgencio como burla al dictador Batista. Le descubrimos riéndose del regio “Che” argentino, acercándonos así a la jocosa cubanía de Cienfuegos, la que le hizo ganar el amor y la admiración de sus compatriotas. 

Se hace gigante frente a nuestros pequeños cuando contamos la historia  de la vez que asumió una culpa ajena y no echó, como decimos en buen cubano, pa’ alante, a su compañero, o de la vez que dio 20 pesos a dos combatientes para que no visitaran a sus madres con las manos vacías. En uno de estos pasajes afirmó que ” contra Fidel ni en la pelota”. Tantas son sus historias y pródigas sus enseñanzas que comenzamos a creer en la leyenda más allá de la carne. 

Camilo Cienfuegos y Fidel Castro durante el juego de pelota

Es así. Los grandes hombres dejan una estela que no desaparece. “¿Voy bien Camilo?“, preguntó otro grande, confirmando así la valía y la confianza depositada en el hombre de pueblo. El Comandante Cienfuegos ya había dado muestra de merecerla en Pino del agua, la Plata, el Uvero, en el cerco a la ciudad Bayamo, en Yaguajay, entre otros combates que consolidaron y propiciaron el posterior triunfo del Ejército Rebelde.  

El guerrillero de origen humilde se ganó de manera paulatina los grados de teniente, capitán y posteriormente fue ascendido a Comandante y se le encomienda la guía de la columna #2 Antonio Maceo, además se convierte en el primer jefe Barbudo que lucha fuera del entorno de la Sierra Maestra. Junto a Ernesto Guevara revive la hazaña de Gómez y Maceo, al llevar la invasión o la guerra de guerrilla al Occidente. 

Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara

El pueblo, nuestro pueblo lo evoca, lo piensa. Las más nuevas generaciones descubren su sonrisa ancha y sombrero alón, ese que le regalara orgulloso un joven campesino. Los de más experiencia cuentan que aquel 28 de octubre de 1959, la patria vistió luto y, aún hoy, espera que el mar le regrese al hijo, al amigo, al deportista, al héroe. 

A Camilo lo recordamos más allá de las fechas. Cumpliría 86 años y los habría consagrado a transformar su entorno, a construir un proyecto social para llevar luz en época de sombras. Su barba sería cana, su andar determinadamente pausado, su convicción profunda, esa que es posible cuando el hombre se echa el mundo a las espaldas y decide que todos cuentan.  A Camilo recordamos porque los grandes hombres no deben morir.

 

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