La mañana de la Santa Ana

Fidel Castro y el asalto al cuartel Moncada

Guantánamo.- Era la mañana de la Santa Ana aquel amanecer del 26 de julio de 1953, cuando Fidel Castro al frente de un grupo de valerosos jóvenes, escribieron una página que impulsaría definitivamente el camino hacia la libertad de Cuba; el ataque al cuartel Moncada.

Pasarían a la historia como la Generación del Centenario, pues precisamente ese año se conmemoraban cien años del natalicio del Héroe Nacional José Martí, devenido además en el inspirador de la gesta que estaba definida para que a la misma hora, una acción similar tuviera lugar en Bayamo para desviar la atención de las fuerzas y evitar que se enviaran refuerzos a Santiago de Cuba.

Se escogió al Moncada porque era la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres y su distante ubicación de La Habana dificultaría el traslado de ayuda. Pero además fue en Oriente donde se inició la guerra independentista y su pueblo se caracterizó siempre por un espíritu de lucha.

Los 135 jóvenes salieron alrededor de las 4 de la mañana de la Granjita Siboney, pero eran inferiores en número y armas, no pudieron tomar el recinto. Fueron sometidos a una feroz cacería y luego comenzaron a salir a la luz las fotos de cadáveres torturados y hasta mutilados, de los asaltantes… Batista ordenó eliminar a diez revolucionarios por cada soldado del régimen muerto en combate. La masacre se generalizó y fueron asesinados la mayoría de los asaltantes.

Entre los que pudieron escapar de la sangrienta represalia estuvo Fidel Castro, quien no obstante fue detenido más tarde y sometido a un juicio donde devino en acusador a través de su histórico alegato conocido como La historia me absolverá.

El asalto al cuartel Moncada terminó en una derrota militar; sin embargo, tuvo una trascendencia extraordinaria para el pueblo cubano y para el movimiento de liberación nacional que concluyó con el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.

El poeta cubano Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) inmortalizó la epopeya:

“Era la mañana
de la Santa Ana,
mañana de julio pintada de rosa.
Nadie presentía que saldría el Sol
por la silenciosa
granja de Tizol.
Santiago el Apóstol, marchito, dormía
como derribado por la algarabía
de conga y charanga, locura y alcohol.
Era la mañana
de la Santa Ana…
¡Oh, la incubadora
de la redentora
granja Siboney!
¡Qué gloriosos gallos dieron a la aurora
viejas y olvidadas posturas de Hatuey!”

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