El Fidel que conocí

[…] más inteligentes que las armas siempre serán los hombres, más inteligentes que las armas siempre serán los patriotas, más inteligentes que las armas siempre serán los revolucionarios […]              

Fidel Castro Ruz

Aún en retrospectiva no lo puedo creer. Lleva mucho al alma acostumbrarse a la ausencia física, a la pérdida irremediable de la existencia corpórea más, si se trata de alguien querido. Así lo fue y lo será para mí. Nunca ha brillado más alto, ni brillará, a mi juicio, un estadista, que en los tiempos de Fidel Castro. Tiempos que agradezco haber compartido, aún en la distancia, con este ser humano de inestimable valor.

Lo recuerdo gigante. Siempre con barba hirsuta y mirada penetrante. Verde olivo el traje. Lo seguía a través de la tele, sin dudas, era una persona mediática, de esas que cuando aparecen se roban la atención, pues tienen un carisma innato, algo cósmico. Recuerdo las intervenciones en la Mesa Redonda, o explicándole al pueblo por qué era necesaria la Revolución Energética.

Saltaba su humor criollo en momentos tensos de apagones interminables, cuando se pensaba que, viviríamos sólo, con la luz de día. Resultaba interesante verlo indagar por el funcionamiento de un ventilador ruso adaptado según el ingenio cubano, de esos que hacían un ruido lleno de paz, pero que gastaban una cantidad descomunal del combustible fósil.

Tan sólo tenía doce años. Me pegaba al televisor junto a mi padre, fidelista de convicción y hacedor hechor de brazaletes para los luchadores del M- 26 y el Moncada, tan sólo para escucharlo, como un alumno cuando le interesa sobremanera la lección del día. A la mañana siguiente, discutíamos en la escuela las ocurrencias del Comandante; mientras, con cierto recelo, disfrazado de añoranza, se entregaban los aditamentos de factura URSS, a cambio de ollas arroceras, las multipropósito, los refrigeradores HAIER, entre otros, no tan buenos como los soviéticos pero, de menor consumo.  

Era un preguntón, ¡y de los buenos! Cuestionaba todo con una exactitud milimétrica, con estudio demostrado y la convicción de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.” Desde pequeña siempre quise conocerlo. Hacerle preguntas relacionadas con mis lagunas históricas. Interrogarlo acerca de la Sierra, del Che, de Camilo, de la travesía del Granma, de Martí; de lo difícil que es sostener a un país sólo con la dignidad y la esperanza de un mundo mejor, con todos y para el bien de todos.

Paradójicamente, partió a la eternidad, el mismo día que zarpará sesenta años antes del puerto de Tuxpán en el yate Granma, con ansías de libertad y un puñado de combatientes, crecidos al fragor del combate, el mal tiempo y la Sierra Maestra. Coincidencia, tal vez, pero, Fidel era de los hombres que escriben su destino hasta el último minuto. Y eso es algo que agradecemos. Se hace más gigante e indiscutible su impronta para los hombres y mujeres que habitamos esta tierra, y por qué no, ante el mundo. 

Para todo periodista, no importa si defiende a “los buenos o a los malos”, a patriotas o despatriados, si se identifica con la izquierda o la derecha, el sueño más ostentoso, el más anhelado era tener, tan sólo unas horas, para entrevistar a Castro. Cuando inicié como estudiante de la carrera de Periodismo, no dudada en responder que, mi ambición profesional, era precisamente esa.  

No lo conocí. Ni siquiera estuve a metros de su presencia. Conozco de las más de 25 visitas que realizó a la provincia de Guantánamo por videos, fotos, testimonios, referencias de sucesos a los cuáles no tuve el privilegio de asistir. Sin embargo, los atesoro como recuerdos propios, porque forman parte de la memoria colectiva de los guantanameros. A veces, no es necesario compartir mesa, palabras, miradas, momentos históricos, sobre todo, cuando se lleva dentro el mismo ideario, la altísima responsabilidad de cumplir con el deber, el más sagrado de todos, que es con la patria.

 Fidel no está. Pero todos los niños cubanos lo conocen, le cantan, le rezan un Padre Nuestro en el lugar de culto a los héroes qué es el Cementerio Santa Ifigenia. Parece un hecho incierto, sin embargo, la ciencia y la biología certifican su partida. La muerte del cuerpo pero no del alma. Tal vez, todavía tenga tiempo de preguntarle al igual que hiciera él con Camilo: ¿Voy bien, Comandante?

 […] calidad de vida es patriotismo, calidad de vida es dignidad, calidad de vida es honor; calidad de vida es la autoestima a la que tienen derecho a disfrutar todos los seres humanos […]                                              

Fidel Castro Ruz.

 

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