Retrato de Lino

Dicen que, bueyes, arado y fusil fueron sus «juguetes» de niño, que la tierra fue su «gimnasio», que con el machete mambí él se convirtió en «esgrimista» por la independencia de Cuba.

¡Vaya singularidad de los implementos que hicieron abultados los bíceps, tríceps y pectorales de la piel negra que aquel día 4, primer martes de septiembre de 1877, vino al mundo en Jutinicú, inmediaciones de Alto Songo, Santiago de Cuba!

Los testimonios lo muestran así, con ojos de lince y anatomía pequeña, forjada a partir de 1895, en su primera «olimpiada»: la Guerra Necesaria, bajo las órdenes de Calixto García, José Maceo, y un tal «coronel no me friegue».

Manuel Chávez debe haberse asustado mucho. Aquel día de 1902, por primera vez su arrogancia encontraba un contestatario, dos llamas de ira lo miraban desde un rostro mulato. La frase del que tenía en frente fue un trueno sobre el ultraje del capataz al carretillero.

Otro desacato de Lino de las Mercedes al decirle «no» a la orden de desalojar a unos jornaleros de sus bohíos, y la copa terrateniente se desbordó de impaciencia. De traslado, y en castigo, el joven anduvo por Santa Rita, Marcos Sánchez, Belona y el Realengo 18 después.

Más tarde, se sabe, las compañías estadounidenses, y Batista con sus geófagos, gendarmes y parejas de guardias rurales, se empeñaron en arrancar a los campesinos de aquellas tierras.

Liderados por Lino, los Guajiros dijeron «no», los saqueadores,  «sí», y allá fueron con sus fusiles y equipos, a abrir caminos. «¡Hoy la trocha se abre!», anunció un batistiano; «pues no se abre», respondió Lino; «¡que se abre!», que «¡no se abre!».

Rastrillaron fusiles desde el perímetro, apuntaron. Entonces, más de 1 000 machetes en alto, al rozar con los rayos del sol, despidieron chispas del lado opuesto. Se aconsejó el otro bando, se retiró.

Eulidio Baratute Pineda tiene 92 años en el cuerpo y una memoria de mozalbete, le faltan las piernas, pero su pensamiento va y viene sin extravíos. En El Lechero, Realengo 18, conoció a Lino de las Mercedes Álvarez y vivió cerca de él.

«Analfabeto era Lino –recuerda Eulidio–, pero cuento nadie le hacía, no dejaba de comprar el periódico, y tenía quien se lo leyera». Batista, dice el anciano, había dado la orden de asesinarlo, perooo… –y suelta una carcajada– la Guardia Rural, que subía a buscarlo, le tenía miedo, preguntaban por él, y cualquiera le decía que «ahora mi’mitico cogió por ahí. Allá iban ello’ y no lo veían».

Eulidio cree que los guardias en realidad no deseaban cruzarse con Lino, por miedo, «pero su jefe allá abajo le pedía cuenta, por eso inventaron el cuento de que Lino era cagüeiro, que clavaba un machete en la tierra a la orilla de la vereda pa’ hacerse invisible, que en su lugar lo’ que pasaban veían un matojo o un tronco de árbol.

«A Lino lo protegíamo’ nosotro’, ante que la Rural empezara a subir la loma ya él lo sabía y tomaba medida. ¡Oiga, de lo’ guanajo’ eso’ (los guardias) hasta lo’ pájaro se burlaban aquí!». Lo dice y me acuerdo de la guacaica, cuya carcajada por estos lares, según Pablo de la Torriente Brau, suena como un canto de burla. Tal vez el fracaso de quienes perseguían a Lino incitaba a la hermosa ave a cantar.

Más detalles aquí: Retrato de Lino

“Tierra o Sangre», la consigna que retumbó en toda Cuba

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *