Muere la Lollobrigida, llegan los recuerdo

La muerte de Gina Lollobrigida, a los 95 años, en su casa en Roma, tiene la facultad de dispararle los recuerdos a una generación de jóvenes que, en los años 50, iba al cine no a ver exactamente películas italianas, sino a encontrarse con sus bombas sexuales de pechos como proas transatlánticas y curvas que nos ponían a discutir febrilmente, en cualquier esquina, acerca de los atributos de aquellos «mamíferos de lujo», como años después las denominaría el maestro Fellini.

Gina Lollobrigida, una de las grandes divas del cine italiano de todos los tiempos y una estrella de los años dorados de Hollywood. Foto: tomada de groovyhistory.com

La Lollo –rápidamente le achicaron el nombre– llegó cuando ya reinaban figuras como la romana Silvana Pampanini y Silvana Mangano, divas del celuloide en blanco y negro de un cine de posguerra que se sirvió del esplendor de aquellas jóvenes –todas ganadoras de concursos de belleza– para lanzar al mundo a sus connotadas maggiorate, fieles exponentes de la mujer mediterránea.

A mediado de los años 40, tras la guerra, Italia se debatía en fuertes encontronazos ideológicos. La izquierda tenía un poder impresionante, pero la derecha supo aprovechar mejor la propaganda y, ante lo mucho por construir que debía enfrentar una sociedad socavada por el fascismo, apostó por la fantasía y el entretenimiento. No por gusto el primer concurso de belleza se celebró en 1946, con la Pampanini como gran vencedora.

Lo anterior no le resta mérito alguno al neorrealismo como corriente en boga que, en sus intenciones de denuncia, le proporcionó al mundo no pocos títulos antológicos, pero el éxito de las primeras maggiorate pertenece a un denominado «cine popular» sin pretensiones artísticas y anterior al neorrealismo crítico.

La Lollobrigida llega a las pantallas en los años 50 –a la par de la inmensa Sofía Loren–, tras triunfar en un concurso de belleza en Roma, donde estudiaba Bellas Artes como privilegiada de una arruinada familia de refugiados que lo apostó todo por ella. Cinecittá le echa el ojo y el millonario Howard Hughes le envía un avión para que vaya a triunfar a Hollywood, tras verla en Pan, amor y fantasía (1953), junto a Vittorio De Sica y dirigida por Luigi Comencini. Un año antes, en 1952, su imagen se ha dimensionado internacionalmente, al estar al lado de Gérard Philipe en Fanfán el invencible, galardonada en Cannes y Berlín.

Los mejores directores y actores se la disputan para tenerla en el set, y ella, una incansable, siempre estará dispuesta a filmar y amar en medio de una vida apasionada seguida muy de cerca por una prensa sensacionalista. Luego, se dedicará a la fotografía, al periodismo, a pintar y hacer esculturas mientras declara, una y otra vez, que ha vivido tanto, «sin dejar de verse bien», gracias a los ejercicios físicos que hace, y a ciertas cremas que ella misma inventa.

Quienes durante años la siguieron saben que se va una de las grandes divas del cine italiano de todos los tiempos, y una estrella de los años dorados de Hollywood. Pero no una de esas estrellas que son solo «pose y figura».  Para reafirmarlo basta mencionar unas recientes declaraciones suyas diciendo que estaba cansada de que los partidos tradicionales no resolvieran nada. Y como el remedio no estaba en cruzarse de brazos, Gina Lollobrigida, a los 95 años, se presenta como candidata al senado en las elecciones del 25 de septiembre de este año, junto al Partido Comunista.

Mucha Lollo entonces para recordar y seguir viendo, ahora que su partida nos remite al principio, aquellas carreras juveniles rumbo al cine, dispuestos a repetir la película, que es como decir, tenerla a ella dos veces.

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