Mi infancia: la etapa más feliz

Guantánamo.- De la niñez recuerdo con especial cariño a mis abuelos sentados en el piso de la sala de la casa que me vió nacer, jugando “yaquis”. Mi abuelo – hombre recio pero sensible – era capaz de “tikear” 12 y todavía no sé cómo.

Recuerdo a mi madre pertrechada con un libro de lectura enseñándome a leer con sólo 4 años – mi heroína de todos los tiempos- adentrándome, a sabiendas, en un universo que aún casi 30 años después me apasiona y me transporta.

Regreso mentalmente a la parrilla de la bicicleta de mi papá, la misma que me llevaba a pasear los domingos en la visita familiar de protocolo, la misma que esperaba ver llegar para darle una o mil vueltas a la manzana en el divertimento más sano de mi vida.

De esos primeros años también atesoro la ternura de mi abuela, su compañía en el trayecto a la escuela y lo difícil que fue dejarme ir sola por primera vez, en un inequívoco acto de crecimiento.

Disfrutaba el juego, la tele, las guayabas maduras, los huevitos y los plátanos maduros. Imaginaba espectáculos, aventuras e historias que no requerían más atreso que los recuerdos antiguos de mi abuela. La inocencia y el mundo por descubrir hacían el resto.

En mis días de niñez no había celulares, los muñes eran a las 6 de la tarde y a esa hora se paralizaba el barrio frente a los televisores. Dos horas después volvía la algarabía y el juego colectivo.

Fueron los mejores años de la vida que he vivido. Estoy segura de que nunca he sido más feliz que cuando fui inocente y protegida de todo. Entonces no lo sabía.

Cuidemos la infancia de quienes hoy desandan sus primeros años de existencia, para que también, con el paso de los años, puedan recordarlos como felices.

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