Ignacio Agramonte: un diamante con alma de beso (+Video)

Guantánamo.- La última vez que vieron a Ignacio Agramonte y Loynaz, fue aquella mañana de domingo 11 de mayo de 1873 cuando se derrumbara de su caballo en el combate en los campos Jimaguayú. Cuentan que una bala enemiga, le penetró en la sien derecha y le produjo la muerte inmediatamente. Su cadáver fue ultrajado por las huestes españolas y sus cenizas dispersadas al viento, como para que se convirtieran por siempre en «Sombra inmortal», en como expresó José Martí.

El mayor, como también se le conocía, había nacido el 23 de diciembre de 184l en Puerto Príncipe, Camaguey, en un ambiente familiar de costumbres sociales muy rígidas. Se graduó como abogado en l867, permaneció algún tiempo en La Habana y luego regresó a su ciudad natal donde estableció su bufete.

A los 31 años, Agramonte el primer ideólogo y líder militar de la provincia de Camagüey durante la Guerra de los Diez Años, fue nombrado Mayor General del Ejército Libertador y jefe de las fuerzas insurrectas de Camagüey. Así se convierte en el Bayardo, uno de los puntales políticos de las luchas por la independencia.

Sus dotes como dirigente político las demostró al oponerse a maniobras claudicantes que pretendían cobrar fuerza en el campo insurgente y al protagonizar múltiples hazañas que evidenciaran su altruismo y coraje, entre ellas, el rescate del Brigadier Julio Sanguily, el 8 de octubre de 1871.

Manuel Sanguily, su compañero de ideales y de armas del patriota dijo de Ignacio Agramante: “Fue amigo tierno y leal, buen hijo, buen hermano, buen padre, esposo modelo, (…) un hombre impecable y, en cuanto lo consiente la flaqueza ingénita de nuestra pobre humanidad, un ser perfecto, fogoso y apasionado como Bolívar, grave, puro, austero como Washington.”

En tanto, Enrique Collazo, coronel del Ejército Libertador y quien conoció personalmente al Mayor, dijo: “El trabajo que tenía que emprender era inmenso y solo un hombre con sus condiciones podría llevarlo a cabo, por fortuna el que debía hacerlo era Agramonte; al joven de carácter violento y apasionado, lo sustituyó el general severo, justo, cuidadoso y amante de su tropa; moralizó con la palabra y con la práctica, fue maestro y modelo de sus subordinados y formó la base de un ejército disciplinado y entusiasta”.

Sin embargo, fue nuestro José Martí con su verbo encendido, quien le hiciera el retrato más fiel a Ignacio Agramonte y Loynaz : “Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello encajaba como un casco, era de seda, blanca y tersa… se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito y se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo…, o cuando el amor le besaba la mano… Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. Era un diamante con alma de beso.

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