Ignacio Agramonte: el Mayor

Guantánamo.- ” Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. Era un diamante con alma de beso.”   Así describiría nuestro José Martí al Ignacio Agramonte y Loynaz, quien había nacido el 23 de diciembre de 184l en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en la casa marcada con el número 5, en la calle de la Soledad, que hoy lleva su nombre.

El Mayor, como también se le conocía, creció en un ambiente familiar de costumbres sociales muy rígidas. Estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Una vez graduado como abogado, permaneció un tiempo en La Habana, y regresó a su ciudad natal donde estableció su bufete. 

Desde muy joven se caracterizó por poseer buen sentido del humor y de justicia. Aprendió de esgrima, de equitación. No sabía que con ello, se preparaba para el combate por la libertad de su Patria, de hecho,  sin ser militar de carrera, creó la caballería del Camagüey, que infundía temor entre las tropas españolas. Tenía 27 años de edad cuando se sumó a la lucha por la independencia.

A partir del año 1871, el Mayor se revela como indiscutible jefe militar. Entonces forma la gloriosa caballería, convierte a los jinetes en expertos tiradores, disciplina la infantería, la adiestra en movimientos coordinados con la infantería , desarrolla un eficaz sistema de comunicación entre las tropas; y crea escuelas en cada campamento.

A los 31 años, fue nombrado Mayor General del Ejército Libertador y jefe de las fuerzas insurrectas de Camagüey, así se convierte en el Bayardo, uno de los puntales políticos de las luchas por la independencia. Ignacio Agramonte Tuvo dos grandes amores: Cuba y Amalia, su esposa.

Sus dotes como dirigente político la demostró al oponerse a maniobras claudicantes que pretendían cobrar fuerza en el campo insurgente. Protagonizó el audaz rescate del brigadier Julio Sanguily, frente a una fuerza española de unos 1 000 soldados, el 8 de octubre de 1871,  donde se evidenció su altruísmo y coraje.

Fue el primer ideólogo y líder militar de la provincia de Camagüey durante la Guerra de los Diez Años. Defendió con fuerza la unidad revolucionaria de los participantes en la Asamblea de Guáimaro y estuvo entre los jóvenes de su generación, que, aunque nacidos en cuna de oro, estaban influenciado por las corrientes del pensamiento liberal, el romanticismo y el irredentismo.

Testimonios de la época ratifican que Ignacio Agramonte medía más de seis pies de estatura. En tanto, las camagüeyanas lo describirían como un hombre varonil, trigueño muy claro y de hermosa figura, ojos grandes, frente espaciosa, facciones bien delineadas, bigote fino, y voz clara y firme.

Mientras su compañero de aula y de armas, Manuel Sanguily,  indicaba que: Ignacio Agramonte “era un hombre de aventajada estatura y aspecto muy distinguido y airoso. De finísimo cutis; nariz aguileña y fuerte; los ojos negros, lánguidos y hermosos; larga la sedosa cabellera y sombreada; el labio superior ligero de bozo. Tenía el aire juvenil de un doncel de leyenda”.

Sin embargo, fue nuestro José Martí quien le hacía el retrato más fiel al Mayor y escribió: “Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello encajaba como un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria… se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo…, o cuando el amor le besaba la mano…

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