Haciendo café «como antes»

Una campesina de Maisí hace café a la usanza de tiempos remotos Foto: Edward Sánchez del CampoGuantánamo.- Si Baracoa es paisaje, Maisí es café. Pero más allá de estereotipar a dos territorios que hasta 1976 pertenecieron a una misma región, vale recordar que ambos se pintan del verde de las plantas y del azul del mar, y que cuando se está en ellos, es impensable no degustar el néctar negro que buscamos luego de levantarnos a saludar el día.

La arraigada costumbre de tomar café en esos municipios guantanameros, podría explicarse a través de la herencia que dejaron los franceses cuando se afincaron en el oriente de Cuba tras huir con sus esclavos a la mayor de las Antillas a causa de la Revolución Haitiana, en 1791.

Las huellas más visibles del proceso de preparación del café en estos lares trascendieron, y aún se palpan, en poner a secar el grano sobre cemento y a cielo abierto, descascararlo en casa con el uso de molinos rústicos, tostarlo en un caldero, triturarlo en un pilón hasta hacerlo polvo y, quizás lo más sorprendente, colarlo a la antigua.

En lo urbano de la Primera Villa de Cuba, en sus campos y en muchísimas partes del territorio maisiense, no extraña ver salir el chorro de café de la punta de bolsas hechas en casa, siempre con tela blanca, colocadas en la cima de un elemento de alambre o madera que las sostiene, y que por aquí se conoce como empinador.

Según dicen que no hay sabor como la comida hecha en un fogón con leña, tampoco es igual el café colado en bolsa que el de una cafetera, y no por nivel la calidad, sino por el disfrute inigualable de degustarlo sabiendo que se hizo mediante una práctica en desuso, que muchas veces se sirve con un jarro, y que si no se consume al momento, lo común es echarlo luego desde un pomo o una botella de cristal bien tapados.

Yo, nacido de padres del campo, lo mismo me sirvo el primer café de la mañana de la cafetera italiana que pongo en una hornilla china, que del termo en que lo envasa mi papá en su casa luego de colarlo en bolsa. Lo importante es el placer, la tradición, el saberse consumidor de algo que si bien parece no hacer falta, impone vivir con él.

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