
(Copyright Periódico Granma)
Desde la altura ética de Martí acudimos a momentos desafiantes y decisivos. La Patria, por encima de todo, nos convida a mantener a buen resguardo la unidad revolucionaria y el espíritu de lucha de quienes, como el Apóstol, la concibieron desde la necesidad del sacrificio, como ara y no pedestal, para servirle y no para servirse de ella.
Son momentos en los que las pasiones se enfrentan y afloran contradicciones (necesarias para entender fenómenos y buscar soluciones a los problemas). Algunos con manifiesta o solapada intención de socavar nuestras bases éticas, heredadas de la tradición de lucha revolucionaria, se aprovechan de los desvaríos, la confrontación entre patriotas que no conducen a nada bueno, los venenos inoculados como la intriga, la desidia, la humillación; todo lo que pueda dividirnos y obviamente hacernos sucumbir.
Ante esta realidad, volvemos al hombre dueño de un temperamento que lo define, porque en él hay respuestas, señales, conducta digna, comportamiento ético de trascendental altura.
Martí tuvo que responder acaloradamente, movido por la sangre cubana que corría por sus venas, por el impulso de su carácter, por la necesidad de dejar clara su postura y su hombría.
Las ofensas en ciertos episodios lo precisaron a mostrar no una guapería de esquina (como pudieran algunos pensar), ni un escándalo denigrante o un abuso de poder o autoridad; nada de eso. Era sencillamente la muestra de un carácter, de una convicción profunda, de una verdad.

Martí no era un hombre al que le gustaba pelearse con otros (cosa muy distinta a la polémica de ideas, de criterios, de puntos de vista, ello siempre desde la ética, el respeto y el actuar decoroso), no era un hombre desmedido ni extremista; sí fue muy radical, pero porque iba a las raíces de los problemas. Nunca se quedó en la superficie, fue a las honduras.
Un ejemplo de ello es la manera en que Martí enfrentó los ataques de una de las figuras más connotadas del Partido Liberal Autonomista. Se trata de Nicolás Heredia, quien en una ocasión discutió con Martí sobre la situación de Cuba.
Por supuesto que el autonomista no simpatizaba con la propuesta emancipadora independentista, con la Revolución. En esa discusión las palabras de Martí fueron lapidarias:
«Solo los ciegos o insensatos son incapaces de ver cómo se aproxima la revolución redentora, don Nicolás. Lo que no haga la indignación o el patriotismo, se encargará de hacerlo el hombre; Yara fue el ensayo y esta será la representación de la tragedia…».

Fue interrumpido por Heredia, quien le expresó: –«Señor Martí, es usted un brillante novelista, pero yo carezco de su inventiva y veo la atmósfera serena». Y con esa genialidad y agudeza que definieron siempre a Martí, le respondió:
–«Usted mira hacia la atmósfera, señor, pero se trata del subsuelo». La cuestión cubana, la independencia, la Revolución no era asunto de superficie, sino de algo más importante, de esencias.
Tuvo detractores Martí, fue criticado, cuestionado, incluso víctima de injurias, de resentimientos, de desacuerdos. Su propuesta fue rechazada, también por patriotas, quienes no entendieron el alcance de la palabra de Martí, la misma que le valió para convencer a muchos, incluidos algunos de los que lo habían disminuido, ofendido, cuestionado.
Es impresionante el poder de la palabra de Martí, su arma en la batalla redentora, en la lucha revolucionaria, portadora de sus ideas, inseparable de su pluma independentista bañada de eticidad. Recordemos aquella escena en la que se vio claramente el carácter del hombre digno:
«A pesar de su ruptura con Máximo Gómez y Antonio Maceo, en Nueva York, en 1884, por no estar de acuerdo con sus planes revolucionarios, Martí asistió más tarde a una magna asamblea patriótica en Tammany Hall.
«El primer orador, Antonio Zambrana, aludió a Martí, asegurando que los que no apoyaban el movimiento era porque tenían miedo y que, por lo tanto, llevaban sayas en vez de pantalones. Martí irrumpió entre la muchedumbre como un bólido y, llegando hasta la tribuna, pidió la palabra.

Al tocarle su turno, y después de empezar por pedirle a Gómez que se preservara para la embestida final, para la acometida sagaz y coordinada que irremediablemente terminaría con el dominio español sobre Cuba, se encaró con Zambrana, diciéndole:
–Y tenga usted entendido que no solamente no puedo usar sayas, sino que soy tan hombre que no quepo en los calzones.
Y acercándose a su detractor, agregó con actitud violenta:
–Y esto que le digo se lo puedo probar como y cuando usted guste, y si es ahora mismo, mejor.
Intervinieron entonces Maceo y Crombet, evitando que el incidente tomara mayores proporciones».
¿Cuestión de hombría o de carácter? Cómo definir la actitud de Martí, del hombre que ha elegido entregarse por entero a su patria, que ha asumido un deber, el de hacer la Revolución, que fue el que con 15 años dio vivas a la independencia, de quien también fue un patriota del 68. He ahí su temple, movido por resortes profundamente éticos; por una hombría, la del valor y la entereza, la de la moral. Su ética, que marca también su condición humana, lo eleva. Aprendamos de Martí, de su llamado a la unidad, a mirar al subsuelo, a respetarnos y admirarnos.