La oscuridad se convirtió en luz

Baby y Nury no se conocían en 1961. La primera vivía en el batey del central Santa Amalia, en Coliseo, Matanzas; la segunda era de una familia con amplias posibilidades económicas y residía en la ciudad de Santa Clara. Sin embargo, la vida las unió en un hecho histórico sin precedentes: lograr que Cuba erradicara para siempre el analfabetismo.

«Yo fui alfabetizadora popular, que eran quienes enseñaban en el lugar donde residían», recuerda Julia Bárbara Oña Ventosa, Baby. «Mi padre había fallecido hacía poco tiempo, y mi hermano mayor, responsable de la familia, no me permitió irme a la Campaña, porque yo solo tenía 11 años.

«Quería participar de todos modos, dos de mis hermanas eran brigadistas, y la manera de dar mi aporte fue en el lugar donde vivíamos, en el batey del central Santa Amalia, hoy Batalla de Yaguajay. Allí había cinco iletrados y logré que todos aprendieran a leer y a escribir.

«Mis alumnos eran adultos. Yo los conocía a todos, porque me había criado en ese lugar. Eran los padres de mis amigos, fue todo muy fácil. Todos estaban dispuestos a aprender. Eran personas mayores, tenían dificultades, pero lo tomaron con mucho entusiasmo.

«Sin embargo, tuve una experiencia desgarradora. Una de mis alumnas, Ángela Sánchez, era madre de Antonio de Jesús González Sánchez, que estaba en la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas. Su interés era aprender para poderle escribir cartas.

«Cuando llegó la invasión mercenaria por Playa Girón, él fue a combatir con los milicianos y murió. Ángela quedó desolada, no quería seguir estudiando, pero su deseo de escribirle la carta a Fidel que hacían todos los alfabetizados, y agradecerle por la Revolución, fue la motivación que la mantuvo en el aula.

«Recuerdo especialmente la carta que escribió otro de mis alumnos, José Lozano. Él le agradecía a Fidel y le decía que él sabía que sus hijos tendrían un futuro asegurado».

Nury Díaz Hernández fue brigadista Conrado Benítez y refiere que primero la enviaron a Fomento, en las cercanías del Escambray espirituano, pero esa zona era muy peligrosa, porque había bandas de alzados contrarrevolucionarios y dieron la orden de sacar a todas las niñas. Entonces la enviaron a un pueblecito llamado Manaquitas, que pertenece a Santa Isabel de Las Lajas, en Cienfuegos.

«Me ubicaron en casa del matrimonio de Elsa y Ramón, que tenían dos hijos adultos. Ninguno de los cuatro sabía leer y escribir. Yo tenía 12 años, así que me veían como una niñita, me protegían, no me dejaban hacer nada, creo que me tenían hasta lástima, porque nunca había estado en el campo, todo me asustaba».

Para Nury, la alfabetización fue descubrir a su país. «Yo había estudiado en un colegio de monjas, vivía en una burbuja. Cuando escuché a Fidel decir que había analfabetos en Cuba y conocí la realidad de mi tierra, fue un despertar, y enseguida quise incorporarme a la Campaña. Siempre digo que la Batalla de Ideas no comenzó con el secuestro de Elián, sino con el propio triunfo de la Revolución», considera.

«A mí me ocurrió algo muy singular: llegué a mi casa con la planilla para incorporarme al Contingente, y mis padres tenían que firmarla. Ese mismo día, mi papá llegó con un pasaje para llevarme con él a Estados Unidos. Yo no quería irme, y mi madre me apoyó. Nos abandonó y nunca más supimos de él».

Nury recuerda con cierta nostalgia su vida en el campo, cuando aprendió a lavar en las piedras del río. «Había otros campesinos cercanos que venían a la casa de Ramón y Elsa a recibir las clases, pero había un anciano, de unos 80 años, que se llamaba Manuel, que se convirtió en un problema.

«Cuando los compañeros de la Campaña me presentaron, él nos cerró la puerta en la cara y nos dijo que no quería nada. Era desafecto a la Revolución y tenía muy mal carácter, la gente allí le tenía miedo. A mí me decía “maestrica” o “brigadistica”.

«Pero sucedió algo inesperado. Cuando yo encendía el farol de los brigadistas para dar las clases, Manuel se quedaba impresionado. Allí no había luz eléctrica, y aquello alumbraba muy bien.

«Él se escondía fuera de la casa de Ramón para mirar y un día me dijo que quería ver el farol de cerca, para hacer uno para su casa.

«Yo, con mis argumentos de niña de 12 años, le respondí: “Usted puede ver el farol de cerca si viene a la clase”. Se molestó bastante, pero poco a poco se fue acercando, logré que se sentara en el aula, aprendiera las letras, a poner su nombre y a leer, aunque nunca pudo escribir bien.

«Cuando Cienfuegos se declaró territorio libre de analfabetismo, se hizo un acto, y Manuel fue. Allí me dijo: “Brigadistica, la hice sufrir, pero eres tan chiquitica que nunca pensé que pudieras hacer esto”. Me abrazó y me hizo llorar».

El relato de Nury conmueve a Baby, y afirma que no hay cosa más bella y digna que la labor de los alfabetizadores: ayudar a los más necesitados, una constante en el pensamiento de Fidel y en la obra de la Revolución».

Peña de alfabetizadores

Con el fin de llevar hasta los más jóvenes la epopeya que significó la Campaña, un grupo de alfabetizadores de La Habana creó una peña. «La idea surgió en la premiación de un concurso lanzado por Juventud Rebelde, a propósito del aniversario 50 de la Campaña de Alfabetización, en la sección La tecla del duende», relató Nury.

«Hoy la peña agrupa a unos 600 alfabetizadores, y el proyecto se ha extendido a las provincias de Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Matanzas.

«Entre los objetivos están agrupar de manera espontánea y voluntaria a participantes en la Campaña y realizar diversas actividades recreativas, encuentros entre generaciones, para el aprendizaje y divulgación de la historia, lo que nos permite continuar trabajando por la educación del pueblo».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *