La historia: sin ella nada es comparable ni explicable

Mientras más nos sumergimos en la historia de los Juegos Olímpicos, además de reencontrarnos con las emociones que se viven en estas citas, estos no dejan de sorprendernos.

En el boxeo, Cuba ha escrito una verdadera hazaña en las páginas de estos escenarios cumbres del deporte. De sus 77 pergaminos dorados, 37 han sido logrados sobre el cuadrilátero, y para la venidera edición de Tokio, será otra vez la armada boxística la que impulse la nave de la Mayor de las Antillas al puerto de las primeras 20 naciones del medallero.

Y es justo del deporte de los puños que desempolvamos una escena de los Juegos de la Antigua Grecia, por una curiosa similitud con nuestra escuadra nacional.

En la versión número 207, de las 291 que se celebraron en el mágico mundo griego, correspondiente al año 49, Melankomas de Caria emergió como vencedor en el entonces llamado pugilato. Pero lo realmente admirable es que a este púgil no se le conoció derrota alguna en su carrera como boxeador.

Sin embargo, lo más asombroso, y lo que lo conecta con nuestra geografía, es que desplegó un estilo en el que, según Pausanias, autor de la Descripción de Grecia, obra en diez entregas, con el cual nunca golpeaba ni era golpeado por sus oponentes. Su estilo era único, siempre defensivo. Se basaba en esquivar los golpes del otro boxeador, hasta que de forma invariable su contrincante, frustrado y agotado, se rendía.

Cuentan las crónicas de ese autor, que «El intocable», como se le conoció, era capaz de estar dos días completos con sus brazos levantados, sin bajarlos ni descansar en ningún momento.

Llegado a este punto del cuento, nos percataremos de que Melankomas de Caria ha tenido, en pleno siglo XXI, a un émulo, el camagüeyano Julio César La Cruz, un pugilista al que es casi imposible alcanzarle su anatomía, mientras se desplaza por el encerado con movimientos felinos. Esa manera de actuar le ha dado ya tres coronas mundiales y, al igual que su antecedente heleno, el ansiado título de campeón olímpico.

Otro pasmoso paralelismo del boxeo con la historia de los Juegos es que fue este deporte el que se anotó el tristemente célebre primer caso de corrupción en la historia de las reuniones olímpicas. Fue Eupolos de Tesalia, en la 98 Olimpiada, pues sobornó con dinero a sus rivales para obtener sin dificultad la corona olímpica en la competición de pugilato (Pausanias v, 21, 3). Resultó descubierto y castigado con una fuerte multa, invertida en la fundición de seis zanes.

Con el importe de las multas impuestas se hacían los zanes, estatuas de Zeus fundidas en bronce, en cuyo pie se grababa el nombre del atleta sancionado, su ciudad de procedencia y algún verso en defensa del honor y del juego limpio en la competición.

En esta era moderna el boxeo ha transitado por no pocas experiencias de negocios, peleas arregladas y casos de corrupción en las más altas esferas de su dirección a nivel mundial, tanto que, en los próximos Juegos Olímpicos, por decisión del COI, no podrá regentear su evento en Tokio, a causa de serios problemas de gobernanza en la AIBA. Esa responsabilidad ha recaído en un grupo de trabajo, dirigido por el presidente de la Federación Internacional de Gimnasia, el japonés Morinari Watanabe.

En fin, que la historia repite sus hechos o al menos, como decía el propio restaurador de los Juegos Olímpicos, Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, sin ella nada es comparable ni explicable.

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