El cielo en la tierra

Frei Betto y Fidel CastroGuantánamo.- “Fidel cree que es posible el cielo en la tierra”: así expresó hace unos años el notable teólogo brasileño Frei Betto, sin saber que daba una de las definiciones más abarcadoras y sintéticas, interesantes y hermosas, a mi entender, que se han formulado para describir la grandeza del adalid cubano Fidel Castro y su entrega total a las buenas causas de la humanidad.

Con esa atinada expresión, a inicios del presente siglo, el prestigioso fraile dominico, entrañable amigo del Comandante en Jefe de la Revolución de la Isla, se refirió a las ideas, el hacer y los desvelos del hombre que convirtió la política en un arte para servir al prójimo y dio todo de sí por la construcción de un mundo mejor que aseguró posible.
  
En aquella misma afirmación -publicada en libro de la argentina Ana María Radaelli, y parte recogida también en documental de la estadounidense Estela Bravo-, Frei Betto elogió el privilegio de Fidel de asumir la prédica martiana, de cómo prevalecía en él la modestia pese a toda su genialidad, y aseveró que era un hombre que ponía su vida en función de la utopía.
  
Mucho encierra tal descripción, que habla del ser inspirador que emprendió la necesaria Revolución cubana inteligentemente y sin vacilación, junto a otros valientes que se arriesgaron incontables veces y hasta dieron su sangre por un país y un mundo de justicia, con todos y para el bien de todos, lo más parecido al paraíso ensoñado de los creyentes.
  
A la poética definición de Betto agregó tiempo después Silvio Rodríguez, trovador cubano mundialmente conocido, admirador del líder excepcional que fue Fidel y de su proyecto socialista: “Yo no sé si él cree que es posible el cielo en la tierra, él lo que sí cree que es imposible no luchar por eso…”.
  
El dirigente político más completo y polifacético de su época, “el inmorible, el orfebre de liberaciones”, como lo calificó la conocida periodista argentina Stella Calloni; quien ha alcanzado una estatura cósmica, al decir del español Ignacio Ramonet, estuvo siempre comprometido con la humanidad e invitó a pensar en el hombre y a servirle.
  
No por azar el más preclaro hijo de Cuba en este siglo y el precedente, devino en ídolo de multitudes enarbolando la máxima martiana de no inclinarse del lado donde se vive mejor, sino donde está el deber.
  
Y bien conoció y admiró el fraile brasileño esas virtudes en la figura que, en 1985, le inspiró una reconocida entrevista cuyo libro resultante, Fidel y la Religión, se convirtió en interesante conciliación entre las premisas judeocristianas y las revolucionarias.
  
En ese inolvidable texto el brillante estadista sostuvo que había muchísimas más coincidencias del cristianismo con el comunismo, que con el capitalismo; en tanto Betto abundó que “las sociedades socialistas que crean mejores condiciones de vida para su gente están inconscientemente cumpliendo con lo que los hombres de fe consideran el proyecto histórico de Dios”.

Durante este diálogo, en sus intervenciones el gran humanista cubano citó las muchas conexiones entre la prédica cristiana y los principios éticos revolucionarios, incluida la búsqueda de la paz, la condena a la mentira y la avaricia; el amor al prójimo y el espíritu de sacrificio, altruismo, austeridad y humildad.
  
Y ya antes, en 1977, en reunión con representantes de iglesias en Jamaica, había afirmado: “Cristo fue un gran revolucionario…Era un hombre cuya doctrina toda se consagró a los humildes, a los pobres, a combatir la injusticia, la humillación del ser humano. Yo diría que hay mucho en común entre el espíritu, la esencia de su prédica y el socialismo”.
  
Muchos agradables encuentros sostuvieron el cubano y el brasileño, y el segundo aprendió a amar a la Isla -ha dicho- porque “(…) no hay país del mundo que defienda la vida como Cuba”.
  
El último intercambio entre ambos tuvo lugar el 13 de agosto de 2016, cuando Fidel cumplió los 90 años, y luego de su partida física meses después Frei Betto declaró: “He perdido un gran amigo (…) Con Fidel desaparece el último gran líder político del siglo XX (…) Tengo la certeza de que transvivenció feliz con su coherencia de vida”.
  
Tras aquel hecho que conmovió a todo un pueblo y a gran parte del mundo, el religioso e intelectual sudamericano evocó y ratificó lo que rubricara tiempo atrás en Biblia que obsequió a quien dio esperanzas al tercer mundo y rostro y palabra a los pobres de la tierra: “A Fidel, en quien Dios tiene mucha fe…”.

  
“…Fidel tenía muchos dones, muchas virtudes…llevaba una vida evangélica en la búsqueda de la justicia… y desde el cielo nos bendice a nosotros que seguimos luchando por un mundo más justo”, argumentó este ´amigo del amigo´ sobre aquella dedicatoria al gigante que “se fue y no se fue”, frente a cuya piedra monolítica en Santiago de Cuba muchos se detienen hoy para agradecer y pedir. 

 

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