Che, un torbellino de estrellas

Che Guevara; un torbellino de estrellasGuantánamo.- Ningún iluso imaginaría que la vida eterna renace cada 14 de junio. Rosario, Argentina, no lo sabía para aquel día de 1928. Para ese entonces, era solo un nacimiento más. Nadie sospecharía que, del cuerpito, tierno y hermoso, nacido de las entrañas de doña Celia de la Serna, sería luego tamaño acertijo de ideales forjado en el más candente de los fuegos y la más ligera de las lluvias, o en el más impetuoso de los entuertos librados conocidos hasta hoy.

Noventa años han transcurrido de cuando se iluminó de luz, y sigue sucediendo. La distancia quizás parezca perpetua, pero, ¿quién se atrevería a predecirlo en el lejano pero inmediato tiempo?

Ernestico primero; Ernesto Guevara luego, el Che para siempre; el de las batallas y las victorias, dejaría repartida entre la gente que le venera una estela de luces nunca antes conocida. Tal como la más sencilla de las leyendas, revelaría la verdad como descomunal sueño en perenne amasijo de palabras, sentimientos y aventuras, retando a la ignorancia, la pobreza, la ignominia para hacerse eternamente presente entre los que siempre le creyeron, aún cuando para muchos resultaría solo un aventurero.

Che, permaneces repartiendo pan entre los pueblos, multiplicando corazones, sumando ilusiones, con tu adarga al brazo, que no fue más que tu propia vida ejemplar tras tu propio destino. Renaces en el alba que abre el portón de la esperanza, en los brazos de América que se levanta rebelde haciendo su presente y futuro, en cualquier rincón de este mundo donde reverdezca el talismán de tu fuerza y tu razón.

La esbeltez de tu figura se levanta sobre montañas, el mar, el cielo, los volcanes, hasta en la metralla y el silencio; la causa es justa y apremia el tiempo definitivo.

¡No saben aún cuánto perdieron en quererte arrancar de la tierra por la que tanto luchaste! La muerte fue solo el intento de apagarte, pero no lo lograron; y hasta parece doblar el milagro que en corazones de bien te reconocen como un Cristo.

Noventa años atrás la semilla vio la luz para quedarse entre nosotros. Miles de banderas toman por asalto el horizonte y en cada niño y niña, joven, viejo, hombre o mujer, ¡no importa de qué raza o procedencia!, renaces.

La historia abre sus brazos para contarte tal como fuiste, tal como eres; y ofreces cobija desde tu torbellino de estrellas, fugaces y perennes; y el misterio vuelve, una y otra vez.

La América te conoce en cada instante y caminas por todo el mundo en miles de lenguas, en la ropa raída, en los pies descalzos de tanto andar, tras un sueño libertario que rompe el espejismo de lo imposible. Dignificas con tus legendarios pasos de guerrillero la estampida de ideas que reaparecen, inspiradas en tu inolvidable ejemplo.

Un aroma extraño sumerge a la tosquedad, consume al egoísmo, al odio, al rencor y se difunde como incienso la excelsa dignidad que mantuviste hasta los últimos momentos de tu existencia física. Hasta los actuales momentos de tu vida eterna.

Tres letras rompen la gigante barrera de la desigualdad y la miseria para abrir con antorchas los sudados senderos que hacen amor y dan paso a la verdad: Che.

La luz de tu mirada perdura intacta, ¿quién lo diría?, ni el tiempo, la distancia, ni el descuido permitió que pasara inadvertida; ni el más hosco de los seres pudo desentenderse de ella.

Sabes a fango, a hollín de pólvora encendida, a infinito, libertad, a esperanza y aún así alguien quiso extirparte, ¿en nombre de quién se atrevieron hacerlo?, ¿quién le dijo a la insolencia que tenía permiso?, basta un solo puñado de hombres, una ráfaga de ideas justas. Es demasiado tarde ya para el olvido y no hay tiempo ni siquiera para intentarlo.

En cada junio vuelves renovado a emprender la vida, a trillar los mismos caminos, los mismos senderos.

Nuevamente se repartirá la luz, no lo imaginaste quizás, pero la vida es algo más que un trozo de tiempo atrapado en un cuerpo, una respiración. Una ráfaga de estrellas vuelve a sorprendernos sabiamente, y estás ahí, gallardo, hecho héroe, multiplicado en la centella de las ideas y la fidelidad de tu sombra, que es la nuestra. 

 

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